viernes, 18 de febrero de 2000

Control parlamentario del ciudadano

Una legislatura cada vez se parece más al Guiness de los Récords. Ahora parece ser que cuatro años de actividad del Parlamento se miden por el número de textos aprobados. La Constitución habla del imperio de la ley, pero no dice nada de una monarquía absoluta.

¿Se dan ustedes cuenta de que hay leyes para todo?. ¿Y de hasta qué punto nos regulan?. Una cosa es que haya ciertas materias muy controladas: sanidad, higiene, seguridad... pero ¿sabían ustedes que un restaurante obligatoriamente ha de tener un menú del día?; ¿y que un hotel obligatoriamente ha de tener calefacción?. Mire, el hotel es mío, y si me da la gana de no poner calefacción no la pongo y punto.

El hecho es que, o se aburren, o no se fían de los consumidores. Nos tienen por idiotas. Estimados señores legisladores: ¿se dan cuenta de que si hace frío y el hotel no tiene calefacción sus propietarios se arruinarían porque todo el mundo se marcharía?; ¿y de que si busco un menú del día y un restaurante no lo tiene me iré a otro?.

Se han equivocado de principio: el secreto no es regular las características de todo, sino obligar a quien oferta el bien o servicio a incluir una completa y verídica información sobre los mismos. Obliguen a tener expuesto (igual que se exponen los precios) un catálogo de características normalizado y que el cliente decida, que ya somos mayorcitos.

También se meten con los particulares: ¿a qué viene que un padre no pueda desheredar a un hijo?, ¿o que no pueda dividir un terreno porque ya es pequeño?. Si mi hijo es un desgraciado o yo me lío con una lagartona y se lo quiero dejar todo es asunto mío. Si le dejo un metro cuadrado a cada uno y no da ni para plantar margaritas, es asunto mío. ¿Quién es el Estado o la Comunidad Autónoma para venir a decirme a mí cómo tengo que organizar mis asuntos?.

Aunque existan razones de bien colectivo (como la concentración parcelaria y similares), hay que controlarse mucho antes de dictar una ley, que va a obligar a todos a hacer las cosas como mandan unos cuantos (350 parlamentarios exactamente). El Parlamento debería dedicarse más a controlar al Gobierno y menos a los ciudadanos.


Artículo del 18 de febrero de 2000 publicado en la sección de Cartas al Director de El Progreso

sábado, 12 de febrero de 2000

Libertad y libertinaje

Lo que más me ha asustado del ascenso de ese Hitler con asesor de imagen y trajes de Armani y de lo sucedido en El Ejido no han sido los horribles hechos en sí, sino la curiosa reacción de gente a la que creía conocer relativamente bien.

Comentando esos temas he escuchado cómo alguna gente justifica el giro hacia viejas formas fascistas con frases como la famosa de “es que ahora ya no hay libertad, sino libertinaje” o “es que da miedo salir a la calle”. A esas personas me gustaría hacerles esta reflexión: ¿Se dan ustedes cuenta de que la diferencia fundamental entre una Democracia y un régimen Fascista, sea del color que sea, es que la primera es lo que todos (incluidos ustedes) queremos y la segunda lo que mandan cuatro gatos?.

Me explico: No está escrito en ningún manual (y si lo está, habría que revisarlo) que una Democracia, por el hecho de garantizar los derechos y las libertades individuales, tenga que ser “blanda”. Precisamente nos permite elegir opciones que van desde el patético sistema judicial que actualmente tenemos, con sus sentencias nunca cumplidas y condenas ridículas, hasta formas radicales opuestas como la instauración de la pena de muerte, la cadena perpetua y los trabajos forzados.

No confundan los términos: no culpen a la Democracia de que haya inseguridad ciudadana, inseguridad jurídica, y cualquier otra inseguridad de que se sientan víctimas. Tampoco culpen a los jueces que aplican las leyes correspondientes o a los policías o guardias civiles que hacen tres cuartos de lo mismo. La culpa es exclusivamente nuestra, de todos, que hemos elegido a quienes han redactado esas leyes.

Si quieren cambiar el sistema, háganlo, pero sigan el camino marcado para ello: voten. El poder del voto siempre ha sido menospreciado a título individual, pero sin mi ladrillo el muro nunca estará completo.

No justifiquen un voto a “revolucionarios antisistema” porque no están de acuerdo con éste. Si quieren votarles me parece muy bien, pero no me vengan con esas, que no es así.

Artículo del 12 de febrero de 2000 publicado en la sección de Cartas al Director de El Progreso

martes, 1 de febrero de 2000

La defensa de los “valores culturales”

Soy uno de los, cada vez más numerosos, españoles que ha vivido sin recordar por propia experiencia la figura de Franco. Sólo conozco por referencia los atropellos que se cometieron contra la cultura gallega durante la dictadura, y por eso no soy capaz de comprender el fundamentalismo cultural que se derrocha cada vez que se toca el tema de la defensa de los valores culturales.

Nunca he podido asimilar la idea de que una cultura se defiende. Por más que lo he intentado no sé en qué se fundamenta semejante idea. Sé que dicho así resultará chocante, pero ¿qué tiene de malo que desaparezca una cultura?.

Me explico: supongamos por un momento que no existe esa respiración artificial a la que están siendo sometidos supuestos valores culturales: es decir, que no se obligue a la gente a utilizar un idioma en particular (a los estudiantes les obligan a utilizar el castellano o gallego, dependiendo de la asignatura y el centro; a los opositores, tres cuartos de lo mismo...). Supongamos, pues, que se pueda elegir.

¿Qué pasaría si todo el mundo eligiera una educación castellanizada, galleguizada o, incluso, americanizada?. Que desaparecerían las demás. Pues bien... ¿dónde está la tragedia?. El latín desapareció de la faz de la Tierra hace muchos siglos (con el permiso del Concilio Vaticano II), pero nadie lo añora.

Las culturas evolucionan, se mezclan, se adaptan, avanzan... y actualmente estamos viviendo una etapa de congelación totalmente artificial de ese desarrollo.

Hay que darse cuenta de un detalle: si todo el mundo opta por una cultura en particular, será porque tiene alguna virtud que las otras no poseen; si por el contrario no hay esa unanimidad, ninguna cultura desaparecerá. Es decir, ¿por qué se establece una dictadura cultural exacta a la que Franco imponía, pero de sentido contrario?.

Si alguien es capaz de razonarme el motivo, le quedaré profundamente agradecido, puesto que creo que el germen que obliga a algunos seres humanos a defender su cultura es el causante de enfermedades como el nacionalismo, que llevado a su última consecuencia da como resultado los campos nazis del Holocausto, los atentados de Argelia, o las acciones de ETA.

Carta al director publicada el 1 de febrero de 2.000 en El Progreso