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martes, 8 de junio de 2010

Ciudadanos y votantes

El fracaso de la huelga del sector público recogido en la portada de hoy de La Voz de Galicia, viene a confirmar un runrún que desde hace ya tiempo el CIS refleja en sus encuestas: tras una etapa de cese temporal de la convivencia, ya podemos hablar de divorcio entre la sociedad y sus llamados representantes a todos los niveles.

El español medio está harto de tantos políticos que sólo abren la boca para decir obviedades, eso sí, sin salirse del carril de lo políticamente correcto, de sindicalistas que llevan años anestesiados y que ahora retoman la pancarta porque ven peligrar sus subvenciones o sus sueldos, hasta de los presidentes de asociaciones que llevan décadas manejando lo común como si fuera su cortijo.

Comprensible hartazo que desde hace años se ha buscado a pulso. El peligro es que éste es el típico momento en que surge un salvapatrias, una figura con un discurso hueco pero lleno de sentido común y al que el pueblo se aferra como a un clavo ardiendo, pero que no suele ser más que un espejismo que acaba organizando campos de exterminio o afirmando que el pollo crea homosexuales.

Es difícil, en una situación como la actual, romper una lanza a favor de los muchos políticos, sindicalistas y presidentes de asociación honrados que hay, porque haberlos haylos. Existe una vocación de servicio público real, personas que se esfuerzan en intentar ayudar a la gente o hacer cosas positivas, pero éstos no llenan los titulares, o al menos los tipos de letra no son tan grandes, y por desgracia no suelen ser tampoco, con honrosas excepciones, los que sus organizaciones eligen para cabezas de cartel.

España lleva treinta años de Constitución. No son muchos, y ahora estamos en ese momento en que todas las jóvenes democracias se consolidan o se convierten en una república bananera. Pasados los tiempos del idealismo que se generó con la nueva libertad y que dio grandes figuras en los 80, caímos en el dulce pasotismo intelectual que se conformaba con consignas y subvenciones, sin ser conscientes de que es importante rascar un poquito más.

Es el momento de ser subjetivos, de que tomemos conciencia de nuestra importancia individual en lugar de encajarnos en algún colectivo de los existentes, aunque para ello tengamos que pagar el precio de luchar en primera línea y no esperar a que "alguien" lo haga. La Democracia con mayúsculas necesita ciudadanos, no únicamente votantes.

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