Según el diccionario de la Real Academia, “radical” tiene cuatro acepciones genéricas (luego están las matemáticas, botánicas y demás, que no vienen al caso ahora), a saber:
1. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. Fundamental, de raíz.
3. Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático.
4. Extremoso, tajante, intransigente.
Obviamente cuando hablamos de que alguien es un “radical” solemos aplicar la cuarta acepción, de forma despectiva incluso. Sin embargo, es un matiz que nosotros damos basándonos en la intransigencia o el extremismo, que son conceptos equivocadamente denostados. Uno puede ser intransigente o extremo en sus principios básicos, eso no es malo. Ser intransigente cuando se defienden conceptos como libertad o democracia no es necesariamente negativo, lo malo es no poner límites a esos conceptos.
Ser radical de un partido, una persona o una corriente es lo que no es bueno. Si se pone el trabajo de pensar en manos de terceros, estamos renunciando a nuestra propia identidad. Que tengamos más propensión a considerar válidos los argumentos de un determinado partido o tendencia es razonable, pero no aceptarlos sin una cierta desconfianza intelectual. Supongamos que una persona es afín al PSOE. Lo habitual es que TODO lo que diga el PSOE sea bueno y maravilloso y TODO lo que diga el PP es malo y retorcido. Lo mismo sucede al revés, si se es afiliado o simpatizante del PP cuando abre la boca el de enfrente es para decir cosas demoníacas. No nos enseñan a pensar, ni a tener el más mínimo espíritu crítico. Si una persona lo tiene, es porque ha llegado por sí sola, y eso es muy grave, porque ahí es cuando cobra su peor sentido el radicalismo.
Yo me considero radical en mis planteamientos, pero no considero mis planteamientos radicales. Es decir, creo en la libertad de forma radical, pero no en una libertad radical. Le pongo límites. La libertad de uno acaba donde comienza la de los demás, y con un planteamiento tan sencillo se llega a una ideología política completa. Ser un liberal no implica creer que todo el mundo puede hacer lo que le dé la gana (esos se llama anarquistas), y defender de forma radical esa postura tampoco tiene porqué ser malo.
Cuando un liberal es vehemente, y defiende bien sus posturas, argumentándolas y debatiendo la habitual defensa del “Estado fuerte” de la izquierda, es tachado de radical con facilidad. También fueron “radicales” Martin Luther King, Ghandi, Juan XXIII, Rousseau, Einstein…
Pues vale, una vez dicho todo lo anterior, lo acepto, soy un radical. Estoy en buena compañía.
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