Si uno no quiere estudiar tiene hoy día dos populares opciones para salir adelante: o entrar en la casa de Gran Hermano o formar parte del Gobierno de Zapatero. Lo primero es más vistoso y la única desventaja que tiene es la de tener que montárselo con cualquiera bajo un edredón ante toda España. Probablemente para mucha gente eso tampoco sería malo, sino todo lo contrario.
La otra opción, que desde la ética clásica es más digna desde algunos puntos de vista, es también más rentable. A los de Gran Hermano no se les asegura un gran futuro tras la salida de la casa, salvo su probable peregrinación por los platós televisivos diciendo barbaridades y contando cosas que una persona normal se sonrojaría en confesar ante sus amigos más íntimos. Los miembros del Gobierno, por su parte, se buscan ahora un ancho y cómodo colchón en que aterrizar a la salida, y tranquilos, que no pasarán hambre.
Una de las características más llamativas tanto del Presidente del Gobierno como de sus ministros, es la nula capacidad para agenciarse un duro por propios medios. Hablo de dinero que no venga de los presupuestos públicos, claro, que para eso tienen una gran maestría. Hasta podrían crear una cátedra universitaria, que oye, no es mala idea.
Por su parte, otros políticos se han preocupado de labrarse un futuro en la esfera particular, la mayor parte de ellos currándose una oposición, para luego poder entrar en política con la gran tranquilidad de poder mandarla a la porra cuando les apetezca. Rajoy, por ejemplo, es registrador de la propiedad, y casi puedo asegurar que viviría mucho mejor ejerciendo su profesión que dedicado a la cosa pública.
El peligro de todo esto es que Zapatero, José Blanco o Leire Pajín, por poner tres ejemplos, si dejan la política no tienen dónde caerse muertos profesionalmente hablando. Eso implica que para ellos su puesto en el Congreso sea una cuestión de supervivencia económica, lo que hace que no duden en meterse hasta el cuello en la más apestosa de las cloacas para defender, no sus ideales, sino su cartera (y no me refiero a la ministerial). Otros políticos pueden permitirse el lujo de decir “por ahí no paso”, porque sus cuentas bancarias, si bien están probablemente muy beneficiadas por la política, no dependen de ella.
Es una tristeza ver que nuestros gobernantes no son mejores que nosotros. La grandeza intelectual de la vieja guardia (léase Fraga, Felipe González, incluso Julio Anguita…) sigue vigente en manos de políticos de prestigio, con sus estudios y, sobre todo, sus carreras profesionales.
Por mi parte no soy tan clasista como para pedir que todos los políticos sean licenciados, pero hombre, al menos los Ministros no sería malo que tuvieran algo más que el C.O.U. Tal vez sea pedir demasiado, y ser demasiado “espetacular” que diría el titular de Fomento. Me pregunto dónde están todas las “c” que no dice este hombre.
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