Hoy el blog no va a ser alegre. Parecía que empezaba un buen día: metereológicamente correcto, viernes, y encima empiezan las fiestas de San Froilán. En días así uno no debería desayunar viendo el telediario, sino algo más ligero, tipo Bob Esponja o Los Simpson. Lástima no haberlo hecho hoy porque junto a las tostadas me tuve que tragar tres casos de asesinato: un hombre mata a una mujer embarazada y a otro feligrés en plena misa en Madrid y luego se pega un tiro en el altar; otro tipo mata a su madre degollándola y, para cerrar el día, una mujer ahoga en la bañera a sus dos hijos de 4 y 11 años.
Cuando ves estas cosas reaccionas de dos maneras: o con la distancia que marca la costumbre o con profundas reflexiones que te llevan a pensar en qué clase de mundo estamos y qué pintamos en él. Hoy toca lo segundo, tal vez por acumulación de desgracias ajenas que, a pesar de que cada vez es más complicado, a veces vemos muy cercanas.
Creo sinceramente que éstas son las cosas que hacen que uno madure y relativice la mayor parte de los temas. Las tonterías de Orozco, los errores de Zapatero, los discursos de Obama, la prima de riesgo, el rescate de Grecia y la madre que los parió a todos palidecen ante la realidad de una loca que coge a sus hijos y los asesina en la bañera. ¿Qué demonios puede estar pensando esa mujer en ese momento? ¿Y qué me dicen de la vida que le queda al marido? Porque encima uno de los niños llamó al padre para avisarle de que su madre estaba “muy nerviosa” y le pidió que fuera a casa. El hombre se lo tomó en serio pero ni él ni el 112, al que llamó inmediatamente, llegaron a tiempo. Imagínense vivir con eso.
Sabemos que la muerte es inevitable, y que nos va a tocar tarde o temprano todos y cada uno de nosotros. De hecho es lo único en que todo el mundo se va a equiparar: nacimiento y muerte, todo lo demás varía, pero eso es inmutable. Nos intentamos distraer con diferentes filosofías consoladoras: religiones, creencias, supersticiones… Usando metáforas que van desde el alma o la creencia en Dios, ya sea éste un señor con barba blanca o “una especie de energía”, hasta la reencarnación y diversas tonterías, intentamos evitar pensar que la muerte es el final.
La mujer que estaba en misa y que dio a luz póstumamente a un niño (la única cosa buena en ese espanto) será probablemente una de las personas que tenían el consuelo de la religión. De poco le ha valido y casi sería mejor que el religioso fuera su asesino, porque tal vez la amenaza de una condena eterna entre fuego y llamas le podría hacer replantearse su animalada, aunque bien mirado sería peligroso entrar a calcular si la religión ha evitado más crímenes de los que ha causado.
En unos días probablemente este horror se vaya diluyendo, como lo hizo el del 11S, el 11M, el asesinato con cuenta atrás de Miguel Ángel Blanco… situaciones que nos causaron sensaciones espantosas pero que poco a poco se fueron olvidando aunque de vez en cuando nos las recuerden con especiales y aniversarios. El ser humano se adapta a todo y es evidente que nos vamos insensibilizando cada vez más. Hay mucha literatura y no siempre fantástica, sobre las vivencias de los judíos en los campos de concentración que ilustran hasta qué punto somos capaces de convivir con lo inimaginable.
La capacidad que aún nos queda de horrorizarnos es lo que nos sigue haciendo personas, sólo que cada día es más complicado llegar hasta ahí. Ya saben que cuanto más lejana es una noticia más muertos hacen falta para que llegue a nosotros. Éstos estaban cerca.