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miércoles, 31 de octubre de 2012

Cuidado con el "me gusta"

No hay nada que me moleste más en política que el triángulo amoroso que el común de los mortales (los mortales españoles, quiero decir) hacen entre derecha-conservadurismo-liberalismo. No hay mejor forma de mostrar una profunda ignorancia sobre el tema, alentada descaradamente por los partidos políticos: unos porque pretenden abarcar un espectro de voto más amplio del que tendrían sin esta barbaridad, y otros, sus competidores, que pretenden abanderar el concepto de libertad individual cuando son contrarios de base al mismo. 

La mejor baza que la izquierda de este país ha conseguido ganarle a la derecha es la de haberle robado el concepto de libertad, que es, como parece obvio por el nombre, propio del liberalismo que el PP, máximo representante de la derecha española, parece rechazar día sí día también a pesar de que la historia de la civilización es la historia de la libertad individual. 

Desde que los seres humanos construían puntiagudas pirámides, templos, palacios, fortificaciones o jardines colgantes por la voluntad razonada o el mero capricho de sus reyes o dioses hechos hombre, nuestra especie ha avanzado por el camino de la razón aunque aún nos falte mucho por andar. Los tiempos del látigo (hablo del occidente civilizado) y del saludo a la esvástica brazo en alto han pasado, aunque hay que estar atentos a las señales de alarma para que no vuelvan. 

¿Exagerado? ¿De veras lo creen? Por poner ejemplos recientes y más o menos cercanos, les diré que la Alemania de los años 30 estaba deprimida económicamente, pero aun así era uno de los países más avanzados de su época. Y llegó Hitler. Estados Unidos estuvo en un tris de sumarse a la moda de los gobiernos fascistas y sólo su absoluta fe en la libertad del individuo y la desconfianza hacia los Estados evitó el ascenso de héroes nacionales como Lindberg que apoyaban abiertamente a Hitler. 


En 1.967 un profesor de Estados Unidos hizo un experimento con sus alumnos al que llamó “La Tercera Ola”, con la intención de demostrar que ninguna sociedad está a salvo de los totalitarismos, y vaya si lo demostró. Convirtió una clase de secundaria americana en un mini-partido nazi, y los alumnos fueron cayendo en un estado de histerismo que incluso superó el ámbito del aula y contagió a medio colegio. La película “La Ola” ambienta esta situación en Alemania (¿por qué será?) pero lo retrata razonablemente bien. 

¿Por qué les hablo hoy de todo esto? Porque estoy preocupado. Veo que, una vez más, este país se polariza en dos lados, y ya no hablo del lado que apoya la estructura que tenemos (no me refiero a un partido gobernante o a otro, sino a la estructura en sí, a la Constitución, a la Democracia…), sino del otro que me preocupa más. 

Me preocupa profundamente que el sector de la población que está cabreado, y que cada vez son más personas, se deje guiar por bulos, exageraciones, mentiras o consignas facilonas. Me parece digno de mención que iniciativas como “escaños en blanco” vayan ganando apoyos, cuando su ideología es no tener ideología y su único punto del programa “echar un político a la calle”. No veo razonable que este país se dedique a desacreditar a “los políticos” cuando no existe otra estructura posible que la de un Gobierno, y si estoy equivocado plantéenme otra forma de organizar la Sociedad.

El problema es que el debate se ha trasladado entre buscar gente honrada y capaz para dirigir nuestras instituciones, que es lo lógico, a una especie de revolución de guillotina y garrote vil que crucifica a "los políticos" así, en general, pero que tampoco tiene muy clara la alternativa, lo que es tierra fértil para plantar la semilla del fascismo.

Los correos electrónicos llenos de bulos pasan de mano en mano sin detenimiento ni criterio alguno. Primero fue aquella barbaridad sobre que Islandia estaba sin gobierno desde hacía año y medio y esas cosas. Ahora toca el turno a los “56 días de Hollande” y la sarta de tonterías que se dicen ahí, pero que nadie se molesta en leer y razonar, sino que se jalean y se le da a “renviar” con una inconsciencia asombrosa. 

Les pongo un párrafo para que vean tamaña bobada. Una de las supuestas medidas es que “ha privado a la Iglesia de subsidios estatales por valor de 2,3 millones de euros que financiaban exclusivos colegios privados, y ha puesto en marcha (con ese dinero) un plan para la construcción de 4.500 jardines de infancia y 3.700 escuelas primarias, iniciando un plan de recuperación la inversión en la infraestructura nacional”. Es decir, que haciendo la media (igualando en precio jardines y escuelas, que me da igual) nos sale que con 2,3 millones de euros el tío es capaz de hacer 8.200 estructuras públicas, a 280 euros cada una más o menos. O muy barata está la mano de obra en Francia (y los materiales, los terrenos…) o aquí las cosas no encajan. 

Pero da igual, ¿quién lee? ¿Para qué molestarse en analizar críticamente cada párrafo si el espíritu del escrito va por donde queremos? ¿Quién va a ser la mosca cojonera que se preocupe de si esto tiene la más mínima base o es una sandez detrás de la otra? 

No ayuda ver que telediarios de cadenas presuntamente serias sueltan una barbaridad detrás de la otra, exagerando, incluso “adaptando la realidad” a su línea editorial para que parezca que Rajoy es un santo o la reencarnación de Satanás. O Rubalcaba, o quien sea, me da igual. 

Estamos en un momento de histeria colectiva, y lo malo de estos momentos es que son el caldo de cultivo de los “salvapatrias”, los “iluminados”, los “elegidos” que con un mensaje facilón, generalista y demagógico se hacen con el poder e instauran la dictadura-tipo, la de toda la vida. 

No les digo que apoyen al Gobierno, eso cada cual con sus ideas. Sólo les pido que sean críticos, pero con todo, que lean las cosas con cuidado, que intenten comprobarlas de fuentes razonablemente fiables antes de darle a “reenviar” o a “me gusta”. Da un poco más de trabajo, pero ¿quién dijo que ser ciudadano sea fácil? La otra opción es ser vasallo, del poder o del contra-poder, que no deja de ser el candidato a suceder al que manda. Nos podrán engañar, pero al menos no deberíamos ponérselo tan fácil.

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