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miércoles, 5 de diciembre de 2012

El vehículo de las ideas

Tengo que reconocer que estoy muy disgustado. Acaban de cubrir una de las letras de la Real Academia de la Lengua (creo que era la Z la que estaba libre) y ni siquiera me han llamado para presentar mi candidatura. Vale, a todos se nos escapa una tilde o algo así, pero al menos no escribo “habeces” en lugar de “a veces” como lo he visto en alguna ocasión. 

En las redes sociales, llámese Facebook o lo que sea, la gente saca a relucir dos cosas: una actitud en los debates propia de un conductor (ya saben “no sabrá usted lo que es insultar hasta que aprenda a conducir”), y una notoria ausencia del hábito de leer. 

Quien lee habitualmente no es que se vuelva más culto porque las novelas informen, no se trata de eso. Yo mismo soy un ávido lector (por rachas) pero francamente, Tom Clancy o Arthur Conan Doyle cultura, lo que se dice cultura, no creo que den mucha. A menos que uno pretenda desactivar un submarino atómico o resolver quién mató a la señora Broutham las novelas no sirven de gran cosa, y más cuando algunas en vez de informar hacen todo lo contrario. Les pongo el ejemplo de “El Código Da Vinci”, que no dice más que tonterías y que parece que es el libro de cabecera de los iniciados en las nuevas generaciones de la masonería. 

Pero lo que sí ayudan es a escribir con cierta corrección. Hasta la novela más simplona suele pasar, antes de su publicación, por las manos de un corrector que le pega un repaso. Nadie que lea diez o quince libros al año (tampoco pido mucho, es uno al mes más o menos) escribirá jamás “haber si nos vemos” en lugar de “a ver si nos vemos”, o “iva el otro día…” sin referirse al impuesto. 

¿Tiene un escritor, o alguien que pretenda transmitir una idea, que ser un experto en ortografía y gramática? No, pero ayuda. Si Hitler ganó las elecciones en Alemania fue, en parte, gracias a sus discursos tanto por el fondo como por la forma. Las formas son importantes, no lo olvidemos. Nos pongamos como nos pongamos todos tratamos mejor a la gente que se presenta bien (duchadita, más o menos arreglada o al menos “correctamente” vestida…) que a la que viene en plan zarapastroso. Con los textos pasa igual. 

Cuidado, el que esté libre de pecado que tire la primera tilde. Ya les digo que yo soy el primero en meter la pata en ciertas cosas (siempre me he liado con las tildes en diptongo tipo “gustéis” y “cantáis”), y encima al ser gallego probablemente el tema de los verbos compuestos lo llevo muy mal. Además, en todas partes hay expresiones que fuera no se entienden. En Galicia, por ejemplo, decimos mucho lo de “no lo doy hecho” en lugar de “no lo consigo hacer”. De Piedrafita para allá les suena raro y si no preguntan qué demonios estás diciendo es porque por el contexto hay cosas que se cogen al vuelo. 

Pero si les da pereza leer (lo cual dudo si siguen habitualmente los kilométricos artículos que me salen a veces), les doy una pista: cuando vayan a escribir por ahí en el Facebook ante la duda entren en www.rae.es y busquen la palabra. Da algo más de trabajo, pero sólo lo tendrán que hacer unas cuantas veces, luego ya se acordarán y dejarán de necesitarlo. O si no escriban en un tratamiento de textos y luego copien y peguen. 

El lenguaje es importante porque es el vehículo de nuestras ideas. Como en la mayoría de los aspectos de la vida todos somos pecadores, pero no es lo mismo cruzar en rojo que matar a alguien. Lo mismo pasa con la ortografía.

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