Que dice el (presunto) ladrón del Códice que en la Catedral de Santiago hay sexo y robos día sí, día también. Como noticia morbosa no está nada mal, imagino que el 90% de los lectores, siendo optimista, ahí sí pasará de leer el titular para zambullirse en el contenido del artículo, porque no hay nada que llame tanto como el sexo y la bajeza moral, y más si es entre miembros del clero o la política.
Pero rascando un pelín más allá, me pregunto yo: ¿y eso qué tiene que ver con el fondo del asunto? Es decir, nos cuenta la abogada del presunto chorizo que se llevó (presuntamente) el Códice y los más de dos millones de euros que robó (presuntamente) porque estaba muy trastornado por lo que veía en la Catedral. El deán le daba palmaditas en el culo y se propasaba verbalmente con el señor, por lo que se ve.
Suponiendo, que es mucho suponer, que sea cierto lo que dice este señor ¿es que los traumas se curan echando mano a la caja? Vale que el refranero nos dice que “las penas con pan son menos”, pero no es disculpa para agenciarse ese pan si uno no se lo gana.
La táctica del calamar, que da tan buenos resultados procesales por lo que se ve, también es conocida como la del ventilador (no me hagan profundizar en la analogía que me da asquete) o la de “tirar de la manta”. “A río revuelto, ganancia de pescadores”, nos cuenta también el recopilatorio de frases hechas. Parece que si implicas a veinte o treinta tipos lo tuyo es menos grave o, al menos, entra dentro de un “lo hacen todos” que por lo que se ve ayuda a salir a la calle como hicieron algunos conocidos ricos de nuestra ciudad.
Alguien debería analizar por qué se le da tantísima credibilidad a gentuza como Bárcenas, el electricista presuntamente ladrón, el no presunto sino confeso ladrón Dorribo, el otro autoinculpado delincuente Liñares, o el socio de Urdangarín, que no sólo ha dicho un “si caigo caes conmigo” sino que hoy nos enteramos de que mete directamente al Rey en los manejos de su exsocio, el Duque “em palma do” (a ver, tampoco es que el chico fuera una lumbrera cuando lo casaron con la infanta, no le pidamos chistes muy sesudos).
El absurdo de que un acusado de un delito pueda mentir sin que eso sea punible es lo que hace que se enrede más la madeja. Como testigo no puedes mentir, ya que incurres en el delito de perjurio, pero como acusado puedes decir que se te apareció Satanás y te obligó a llevarte el contenido del cepillo a casa, que aunque se demuestre que es falso (lo cual es complejo en temas de apariciones) no te pueden ni toser. Eso, que es una anécdota, tiene consecuencias muy graves para quienes son apuntados por el feo dedo del reo confeso para implicarlos en sus manejos porque saben que aunque mientan no se les puede hacer nada, pero al tercero le puede hundir la vida en un país en que ni el Pupas sabe lo que es una imputación.
Por supuesto, otra cosa sería que lo que nos cuenta el presumible ladrón le exonerase, en plan “es que a mi me mandó el deán llevarme el libro a casa”, pero no habla de eso. Suena más a un “pues ahora sus vais a cagar” que a otra cosa. Eso, aunque puede que venda muchos periódicos, que nos vamos conociendo, como defensa tiene más bien poca base… O no, visto lo visto.
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