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miércoles, 20 de febrero de 2013

El copago y el liberalismo

Hay un tema del que se lleva hablando mucho tiempo y que les juro que me cuesta muchísimo entender: el famoso “copago” o “repago” o como lo quieran llamar. Verán, el tema es que se ha puesto de moda “denunciar” que la sanidad que “ya pagamos” con nuestros impuestos se nos “vuelve a cobrar” con lo de pagar una parte del medicamento o un euro por receta. Hoy casi me quedo sin comillas, pero es lo que hay. 

De repagos está el mundo lleno. Les voy a poner varios ejemplos para que nos entendamos. Hace unos meses, en que fui con mi hermana a Segovia, iba a entrar en la catedral de la ciudad que tenía una pinta fantástica. A la entrada, una taquilla en que te cobran una entrada de la que no sé el importe porque me niego rotundamente a pagarla si no se me aclara quién será el perceptor de la “ofrenda”. Les puedo jurar que no es tacañería, porque de hecho al Alcázar sí entramos (y no es excesivamente barato) o en los museos también estoy dispuesto a abonar la entrada. Con las iglesias y catedrales reconozco que es diferente, porque quien cobra no es el Estado sino una entidad (en este caso la Iglesia) que ya recibe una barbaridad de dinero para mantenimiento y reparación de bienes de interés cultural y cosas así. 

Pero este ejemplo, muy del gusto de la progresía, no es el único ni muchísimo menos. El cine español, por ejemplo, tarifa en taquilla lo mismo que el que hacen por el mundo adelante, cuando una parte muy importante está pagada con “subvenciones” o “con la colaboración del Ministerio de Cultura”, además de los chiringuitos varios de las comunidades autónomas, preferentemente la catalana que es muy de meter millones que no tiene en producciones en la lengua autóctona. Por gastar a lo tonto les diré que hasta ganó un premio a la “mejor película en catalán” Blancanieves, que es muda, lo cual tiene su coña. Pero a lo que íbamos, si ya pagamos la película, ¿por qué hemos de pagar la entrada? Al menos que nos hagan un descuento presentando la declaración de la renta. 

Hay mucho más. En todas las administraciones hay tasas: por dar de alta una Asociación, por cambiar su junta directiva o incluso por matricularse para unas oposiciones te cobran. ¿Acaso no pagamos ya mediante nuestros impuestos al personal y los gastos generales? Las autopistas que están construidas con dinero privado, pero que también reciben subvenciones, ¿no deberían rebajar o eliminar los peajes?... 

¿Por qué la sanidad? Quizás porque te pilla en momentos bajos. Nadie va al médico si se encuentra perfectamente, y obviamente es una necesidad más básica que entrar a visitar la Catedral de Segovia. Pero el principio básico es el mismo. 

El liberalismo no es la bestia negra que muchos quieren que creamos, sino la solución a la absurda espiral de déficit y de despilfarro en que nos encontramos. El problema es que hay mucha gente chupando de esta teta, y que no quieren que se seque. El liberalismo no tiene por qué acabar con las ayudas públicas más necesarias, como por ejemplo la emergencia social o la asistencia a personas en situaciones de necesidad, ya que hoy nadie medianamente serio habla de un sistema liberal puro (un “sálvese quien pueda”). Tampoco hay gente seria que defienda ya el comunismo como forma de organización de la sociedad. 

El liberalismo supone el fin de las subvenciones a colegios y hospitales privados pero también a sindicatos, partidos políticos, entidades de dudosa “utilidad social”…, la separación tajante entre público y privado, entre Iglesia y Estado, la simplificación de la maraña normativa en que nos movemos (menos normas, de mínimos, pero que se hagan cumplir), en definitiva, el fin de la “sopa boba” de la que muchos se alimentan año tras año a base de mantener puestos de trabajo totalmente obsoletos a precios desproporcionadamente altos. 

Pero si esto fuera adelante existiría la oposición de los propietarios de colegios y hospitales privados, pero también de sindicalistas, partidos políticos, gestores de entidades de dudosa “utilidad social”, la Iglesia y todos aquellos que ven posibilidad de seguir viviendo del cuento. 

Me sorprende enormemente cuando nos dicen que estamos en una sociedad “neoliberal”. Pero por el amor de Dios, ¡si tenemos subvencionados hasta los bolígrafos de los bancos! El dinero público no sólo llega a todas partes, sino que se ha convertido en la sangre del sistema, y eso es para echarse a temblar. Que la contracción del gasto público pueda poner en peligro la economía de un país es una barbaridad a la que nos hemos acostumbrado en un sistema “social-demócrata” que está igual de obsoleto que el Comunismo del que procede. 

Alguno me acusará de incoherente, por ser funcionario y defender lo privado, pero es que no es eso lo que estoy diciendo. Estoy defendiendo la separación entre una cosa y la otra, y la reducción de la presencia del Estado en la vida diaria de las personas salvo los mínimos indispensables de servicios comunes, mantenimiento del orden público, y aprobación de ciertas normas básicas que no se nos echen al cuello a la mínima. Pero también defiendo la existencia de una administración pública, de servicios públicos, sólo que entre éstos no incluyo una sociedad para “gestionar” el Camino de Santiago (ya me dirán qué hacen todo el año) o que se subvencionen los bodrios que nos ponen en los cines y que sólo sirven para que al premiarse unos a otros venga una pija (que anunciaba bancos y a El Corte Inglés) a hablar de las vergüenzas del capitalismo. 

El copago, señores, no es liberalismo, es justamente lo contrario.

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