Igual que cuando Felipe dijo que no tenía nada que ver con los GAL, o cuando el Rey aseguró no ser el “elefante blanco” del 23F, hay veces en que es necesario confiar en nuestros gestores, incluso a riesgo de que se nos engañe. No hay confianza más digna que esa, la que se deposita en alguien conociendo las consecuencias de que lo que nos cuentan no sea cierto. Pero ¿Qué alternativa nos queda? ¿En qué clase de país viviríamos si no damos un pequeño salto de fe y rompemos una lanza a favor de la presunción de inocencia?
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El sábado Rajoy salió a la palestra y habló a calzón quitado durante 15 minutos sobre el tema de Bárcenas, los sobres y el supuesto dinero negro que circulaba alegremente por el PP. Tengo que reconocer que pensé que se iría un poco más por las ramas, pero no veo que dejara ningún cabo suelto, e incluso llegó a poner la mano en el fuego por “los dirigentes del PP”, lo cual es un acto de valentía como pocos, porque en este momento es complicado fiarse hasta de tu sombra como para arriesgarte a apostar públicamente por la honradez de un grupo más o menos grande de gente. Liquidó el tema de las acusaciones con contundencia: “No voy a necesitar más de dos palabras: Es falso”.
Rajoy tocó todos los temas espinosos. Incluso el del formato de su comparecencia, ya que a mi, personalmente, me llamó mucho la atención que tuviera papeles en la mano para tratar un tema en que debería quizás hablar con menos formalidad y más pasión, pero lo explicó: “Lo estoy leyendo porque no quiero pronunciar una palabra más alta que otra”. A mi me costaría ser tan comedido, pero eso va en el carácter de cada uno. Para ser Rajoy, que es un tío frío en sus maneras en plan Vicente del Bosque, se le notaba cabreado, lo cual es un alivio. Si te acusan de una falsedad tu primera reacción es empezar a bajar santos y mentar a la madre del acusador, como mínimo.
Tampoco ha reducido la dimensión del problema: “Se ha provocado un escándalo de grandes dimensiones […] y que por incluirme a mí alcanza a la Presidencia del Gobierno”. Vamos, que no se ha andado con paños calientes diciendo que el tema no es para tanto. Es consciente de la gravedad del asunto.
Escuché el otro día que no había tocado el tema de los sobres, que sólo había hablado del dinero negro, y no es cierto, vaya si habló de todo: “En este partido no se pagan cantidades que no hayan sido registradas en la contabilidad del partido ni que de cualquier otra manera resulten físicamente opacas. Eso no se hace. No es cierto que hayamos percibido dinero en metálico que hayamos ocultado al fisco. Todas nuestras retribuciones se han ajustado a la más estricta legalidad a lo largo de todos estos años”. Si a alguien le quedan dudas que relea el párrafo. Otra cosa es que te lo creas, pero que nadie diga que ha sido poco claro.
Llegó a tratar el tema de sus finanzas personales con claridad, explicando que no está en política por dinero: “A los 23 años era registrador de la propiedad”. “No quisiera tener que decirlo pero me están obligando: yo sé ganarme la vida. Yo he trabajado fuera de la política. Yo ganaba más dinero en mi profesión que como político. Nunca he presumido de ello y me da cierto pudor decir esto, pero entenderéis que hoy debo hacerlo”. Un toque bastante evidente a quienes nunca han demostrado saber agenciarse un duro por méritos propios fuera del mundo de la política, y una diferenciación entre los trepas y quienes se dedican al tema por vocación de servicio.
Me gustó también la defensa de la política como una dedicación noble, es importante que se diga, y que se reivindique públicamente el papel de los gestores de lo común porque la alternativa es el caos.
Empecé diciendo que quería creer a Rajoy, y lo repito. Necesito creer que hay gente honrada al frente del Estado, y que la presunción de inocencia no sólo vale para el carterista o el banquero, sino incluso para el Presidente del Gobierno. “Ahora las infamias se disfrazan de presuntas”, dijo Rajoy, y hay que darle la razón. Una acusación no puede jamás ser una condena salvo que en medio haya pruebas y un juzgado que lo certifique, porque si damos rienda suelta a nuestras sospechas y actuamos en consecuencia esto se convertiría en la peor de las dictaduras.
“No temo a la verdad”. Me alegra saberlo, porque en este momento la necesitamos como el agua en medio del desierto. También les diré una cosa, aunque siempre quedará quien crea que es culpable (probablemente ya lo pensaba antes de empezar todo esto) si Rajoy supera esta crisis saldrá reforzado de ella.
Pero el gran problema de todo esto es el siguiente ¿cómo se demuestra la inocencia? La culpabilidad es fácil, basta con poner una prueba contundente ante las narices del juez, pero ¿qué prueba puede haber de que no se ha cobrado dinero negro? Es totalmente imposible y por eso el Estado de Derecho, base de la democracia, se fundamenta en que el peso de la prueba recae en los acusadores, no en los acusados.
Si ustedes no confían en la palabra de Rajoy, lo cual es comprensible tal y como está el tema, les voy a proponer dos cosas. La primera es que vean el vídeo de su comparecencia, porque casi apostaría a que no lo han visto más que en cortes de telediario o en titulares de prensa (¿me equivoco?). La segunda es un ejercicio mental: párense un momento y piensen en la posibilidad de que sea inocente, sólo como teoría. ¿Qué tendría que hacer para convencerles de eso? ¿Existe algún modo de que disipe cualquier sombra de dudas? ¿Negarlo no sería lo primero? Piensen en ello, en qué necesitan para que los convenza o en si realmente desean pensar que es un corrupto y da igual cómo se lo plantee.
Nadie puede demostrar lo que no hace, y no podemos bajo ningún concepto caer en la tentación de pretenderlo, porque esto nos convertiría en un Estado arbitrario, con una presión inaceptable sobre sus ciudadanos. Ni siquiera en 1984 (el libro, no el año) se contemplaba tal escenario.
Creeré a Rajoy mientras no me demuestren lo contrario, igual que creí a Orozco, a Besteiro, a Fernando Blanco o a cualquier otro acusado que no haya sido condenado mediante pruebas fehacientes.
Insisto, es que además necesito creerle.
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