La gran esperanza blanca, el nuevo puente sobre el Miño, una de las obras mas absurdas, inútiles, desproporcionadas, agresivas, antiecológicas y ridículas de esta ciudad (y por ejemplos no será) tiene arreglo. Eso nos cuenta nuestro amigo el señor Alcalde, que propone ahora modificar el puente con un nuevo ramal para poder peatonalizar el puente llamado romano.
La peatonalización es una lata, eso lo reconozco. Yo he vivido muchos años en zona peatonal y tengo que decir que es un coñazo andar a paso de tortuga para poder meter el coche en el garaje, y eso si eres el afortunado poseedor de una plaza en tu edificio y no tienes que mojarte para llegar desde donde puedas aparcar, que suele ser en el quinto pino (los pinos uno a cuatro están en zona azul y no puedes dejar el coche ahí todo el día) hasta tu casa.
Pero una vez aclarado eso, y reconocida esa incomodidad, también les diré que no sólo soy un firme defensor de las zonas peatonales sino que creo que en Lugo queda mucho, muchísimo, por hacer en ese terreno. Por ejemplo, yo peatonalizaría casi casi una calle de cada dos. Esta ciudad adolece de plazas y de zonas de paseo saliendo del centro. Cuando se planifica una plaza, por ejemplo Viana do Castelo o Augas Ferreas, lo primero que se hace es rodearla de coches, en lugar de planificar el tema de manera que se pase en un único lateral, dejando buenas zonas para aparcar, y el resto de la plaza quede libre de vehículos.
La peatonalización es el mayor signo de civilización de una ciudad. Donde no es posible siempre hay otro tipo de alternativas, como las que han llevado a cabo en Pontevedra o en Santiago, con zonas de amplias aceras, donde no es cómodo meter el coche precisamente para que la gente no lo meta, y con enormes zonas de aparcamiento gratuitas (eso es importante) al lado de las zonas peatonales.
Pues bien, en nuestra ciudad creo que los tres grupos han equivocado su estrategia respecto al tema del puente romano y su peatonalización. Es una obviedad que, tras su reforma, ese puente tiene que ser exclusivamente peatonal, pero también es evidente que impedir el paso por sí mismo a ese puente no va a ser la panacea de nada ni la solución a nadie.
Los vecinos y comerciantes ponen el grito en el cielo con sólo mencionar la posibilidad de que se les cierre el tránsito mecánico por el viaducto, y dicho así tienen razón, pero no se trata de ponerse de perfil y dar la razón a todo el mundo sino de buscar soluciones que sean razonables para todos y hacer también un poco de labor didáctica con los interesados del puente.
Si se hiciera caso a la mayoría de los comerciantes por la calle de la reina seguiría habiendo coches, al igual que en San Marcos o por la plaza de España. No los hay porque hubo un alcalde, Joaquín García Díez, que le echó huevos al asunto y peatonalizó contra viento y marea porque sabía que era lo que había que hacer. Hoy nadie le discute que tenía razón, pero tampoco se atreven a dar un paso más llevando este mismo esquema a otras zonas de la ciudad.
Imaginen el puente peatonalizado, pero también imaginen una humanización de la zona. Háganse la idea de lo que podría ser el paseo del Miño conectado a través del Balneario a la zona donde está el puente romano, y esa zona ajardinada, agradable, con bancos, césped, paseos… incluso se podría poner por ahí la famosa y tan esperada playa fluvial, porque otra cosa no, pero terreno en esa zona hay hasta aburrir.
Por supuesto sería absolutamente necesario hacer un muy buen aparcamiento justo al lado de esta zona, probablemente junto al nuevo puente, donde poder dejar el coche antes de disfrutar de esta gigantesca zona verde, pero si queremos aprovechar el río es la mejor manera, con zonas verdes y peatonales.
Los vecinos del puente, es cierto, tendrán que dar algo más de vuelta para llegar a sus casas, pero oiga, a cambio tendrían el jardín público más grande de la ciudad, con unas zonas de paseo estupendas y la tranquilidad de alejar el trasiego de motores de sus viviendas. También hay que dar mucha vuelta para meter el coche en tu garaje del Campo Castillo, pero es lo que hay.
A pesar de que los físicos nos hablan de múltiples dimensiones, los humanos del montón sólo percibimos cuatro: las tres de siempre y el tiempo. Este último no se pide a la ciudadanía que lo perciba con claridad absoluta, ya que siempre hay mucha cerrazón para hacer cambios, pero sí a los gestores públicos. Regir los destinos de una ciudad no es sólo llevar corbata y el bastón de mando en las procesiones de Semana Santa, es más, no debería ser ni eso, sino ver un poco más allá, buscar realmente el avance de tu ciudad mediante cambios que ni siquiera tienen por qué costar un riñón. Con los 700.000 euros que nos costó la cafetería del parque se podría haber hecho mucho, muchísimo, de esa zona verde en el entorno del puente romano, e incluso se podrían haber hecho dos cafeterías: una en el parque y otra en el entorno del Miño. Un chalecito con pretensiones cuesta 300.000 euros de nueva planta, no me explico en qué han gastado más del doble en un cubo de hormigón.
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