Cuando piensa en el término “generosidad” a la mayoría de la gente automáticamente se le va cabeza a la cartera. Debe de ser que somos una especie cada día más rácana y materialista, pero la historia que les voy a contar hoy es sobre la generosidad pura, la que no piensa en euros ni lleva el "debe" y el "haber" de los favores o los detalles.
Durante muchos años mi abuela iba a Canarias unos días en invierno. Tenemos allí familia a la que le gustaba visitar y por eso jamás cambiaba de destino. Siempre la acompañaba mi madre y, según el año, unas veces unos y otras veces otros familiares de aquí. Cuando terminé la carrera me ofreció ir con ellas y, claro, me faltó tiempo. Allá nos fuimos mi madre, ella y yo. Estuvimos en Tenerife y después en Lanzarote.
Precisamente en esa segunda isla, en Lanzarote, fuimos a comer a un precioso restaurante que, según recuerdo, tenía una parte del comedor suspendida sobre el mar, y en la carta había champiñones al ajillo. Los pedí porque nunca los había probado (ya me dirán, una cosa tan tonta, pero a mis 23 años de entonces no me había coincidido, siempre los tomaba a la plancha). Me gustaron muchísimo y mi abuela, que como sabrán era una excepcional cocinera, me dijo que ya me los haría alguna vez, que ella le salían “bastante bien”. ¿Bastante bien? Se quedó muy corta. Eran algo espectacular.
¿Qué tiene que ver esto con la generosidad?, me preguntarán. A eso voy ahora.
En aquellos años mi abuela aún vivía en su casa (después se fue a vivir con mi madre) y comía todos los días en el Verruga, salvo los lunes, que como cerraba íbamos nosotros a comer habitualmente a su casa o salíamos todos juntos por ahí. Desde aquel viaje, todos los lunes que comimos en su casa sin ninguna excepción, todos, tuvimos champiñones al ajillo de entrante. Daba igual la comida que hubiera después. Como sabía que los champiñones me encantaban nos los puso todas las semanas durante años. Jamás me cansé de ellos porque no se imaginan lo ricos que estaban. Les puede parecer una tontería, pero a mí no, me parece un símbolo.
Estar pendiente de los demás no es preguntar siempre “¿te apetecen champiñones?”, es hacerlos. Muchas veces hay gente que parece que te pregunta las cosas para que les digas que “no, que no hace falta”, “no te preocupes”, “déjalo”… una forma sencilla de quedar bien y no molestarse demasiado. Doña Emilia no hablaba, hacía.
Se preocupaba por los demás pero no hacía alarde de ello. Nunca anunció lo que iba a hacer con los champiñones, simplemente lo hizo. No esperaba ni siquiera gratitud, y eso lo demostró con algunas personas que nunca se la demostraron a pesar de que deberían besar por donde pisaba. Lo hacía por los demás, no por querer que le “devolvieran el favor”. Si ustedes conocen una definición mejor de generosidad, me la dicen. A mí no se me ocurre.
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