Dice el artículo 20.1 de la Constitución Española que entre otros derechos se garantiza el de “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. Vamos, lo que se conoce como la libertad de prensa. Sin embargo, hay una palabra clave en ese artículo: “veraz”. La Real Academia recoge que veraz es “que dice, usa o profesa siempre la verdad”, es decir, que la información que protege la Constitución es la información verdadera, no la intoxicación. Es un alivio.
Pero hay otro punto de ese artículo (de hecho va antes, pero queda mejor para esta exposición ponerlo después) que también protege el derecho a “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”. Completa enormemente la anterior entrada, ya que con poner delante de cualquier barbaridad “en mi opinión”, uno queda protegido de que le puedan dar un garrotazo legal. Yo mismo intento ser cuidadoso con esas cosas porque vaya usted a saber, que hoy en día imputan a diestro y siniestro por las cosas más tontas.
Utilizar la libertad de opinión para publicar las mayores salvajadas es, además de una temeridad, una villanía de difícil defensa. La prensa saca enormes titulares crucificando a quien le sale de las narices y pequeñas rectificaciones cuando se las ordena un juez. En lo del accidente hemos visto,y aún estamos viendo, claros ejemplos de informaciones desvirtuadas, intoxicadas o directamente falsas que quedarán sin castigo. Y no sólo en la prensa, que desde que se inventó el Facebook todos somos reporteros. Todo esto tapa las opiniones de los únicos que deben opinar ahora: las víctimas (los heridos, obviamente) y sus familiares. Los técnicos aún tardarán un tiempo.
Los últimos tres días publiqué tres cartas de familiares de víctimas mortales del accidente de Santiago, precisamente porque creo que son quienes ahora pueden hablar. No quise comentarlas por dos motivos: el primero es que no estaba de humor, para qué les voy a engañar, y el segundo es que preferí que ustedes las leyeran y se formasen su opinión antes de dar la mía. No se me acostumbren, ¿eh?
Les diré que estoy mucho más en sintonía con la carta de Eliseo Sastre, la que colgué el martes, que con la de la madre de Carolina Besada. La tercera me pareció más un homenaje a los que echaron una mano, por parte quien tiene más derecho a rendírselo, los afectados o sus familiares. Que haya publicado las cartas no quiere decir que esté de acuerdo con su contenido, al menos al 100%. Lo he hecho porque creo que recogen puntos de vista a tener en cuenta en ciertos momentos.
Particularmente me he sentido identificado con la de Eliseo, como les decía, sobre todo por el último párrafo: “Creo que lo correcto en este momento sería facilitar a los familiares toda la ayuda posible, proporcionándoles información de cómo tramitar sus reclamaciones, a través de qué medios y de qué organizaciones, y no realizar aseveraciones que tienen poco o nulo valor y que, en mi modesta opinión, solo buscan sacar a relucir en los medios sin proporcionar beneficio alguno a las víctimas ni a sus familiares. En estos momentos callar es bueno y solo es necesaria ayuda y cooperación. La justicia debe ser posterior y segura".
Eso es lo que entiendo que buscan las familias de las víctimas: sentirse arropados moral, solidaria e incluso espiritualmente, sí, pero también que les faciliten el aspecto práctico necesario para lidiar con la desgracia. No es sencillo ponerse con los papelotes cuando falta una persona querida, por desgracia sé lo que es, y si algo se puede hacer por estas personas a las que el mazazo les ha pillado por sorpresa, es ponerles a su disposición un equipo de gestores administrativos para hacerle más llevadera la maldita burocracia.
La segunda carta, la de la madre, se completa con sus entradas en Twitter, donde critica a los Príncipes de Asturias y dice no sentirse representada por ellos. Está en su derecho, como es lógico, pero creo que es importante ser conscientes de que, al menos en ese momento, están representando al Estado y son meros transmisores del reconocimiento y el apoyo de todo un país, de toda España. No se trata de respetarlos a ellos personalmente, sino a quienes representan.
Esta mujer matizó acertadamente, hablando de unos y otros, es decir, separando a quienes supongo que sintieron la tragedia de verdad de quienes “vinieron a darnos un falso pésame porque su cargo o su partido se lo “exigía””. Añadía además “que sepáis que eso se transmite”. Estoy de acuerdo, se nota a la legua quien va “porque toca” de quienes empatizan con las familias y viven el dolor ajeno casi como si fuera propio.
Terminaron ya los siete días de luto oficial en Galicia. Eso no quiere decir que pasemos del tema, y supongo que seguiremos dándole vueltas una buena temporada. Hay unas cuantas personas que están esperando a ver si pueden sacar tajada política de la desgracia a costa de ensuciarlo todo, pero ya estamos acostumbrados. No se merecen la publicidad de la crítica, aunque en el mismo caso está Beiras y no me resisto a decir que me parece una imbecilidad que calificara el funeral oficial de “hipócrita” o de “ceremonias espectáculo”… eso, eso, no como los zapatazos en el Parlamento y los puñetazos en el escaño del Presidente de la Xunta, que eso era sentido…
Intentaremos volver a la normalidad. Las banderas han vuelto a trepar por su asta y se les retiran los crespones negros (nota: todos mal puestos, que los crespones se ponen en la parte superior, no en medio de la bandera, y nunca al mismo tiempo que la bandera a media asta, o lo uno, o lo otro), los pueblos vuelven a sus fiestas (salvo los que, de forma poco respetuosa en mi opinión, no las suspendieron) y esto pasará a la historia como otra desgracia que se marca en el calendario.
No todo volverá a ser como era, ni puñetera falta que hace. Hay que aprender de estas cosas, y si se pueden evitar, hacerlo. Analizar y corregir sí, responsabilizar también, crucificar no.
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