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martes, 10 de septiembre de 2013

Malas pulgas

Aunque la expresión de “malas pulgas” se suele usar de forma metafórica esta vez es literal. En el edificio donde trabajo se ha declarado una plaga de pulgas, que a estas alturas de siglo parece una cosa muy “vintage”, como decimonónica, pero oigan, es molesto de narices.

A mí por ahora no me ha tocado, pero vayan ustedes a saber. Se cebaron en las piernas de dos compañeros que tenían unas irritaciones que, además de molestas, eran de mala visión, por lo desagradable.

Llama la atención la parafernalia con que se rodean todas estas cosas en estos tiempos. Lo que hace unos años se habría solucionado con un “llama al tío de la desinfección” ahora se califica como “activación del protocolo”, que viene a ser lo mismo pero con una reunión previa entre varios altos cargos y los representantes del personal, como si de la crisis de los misiles de Cuba se tratara. Reuniones en departamentos, llamadas, cruces de Whatsapp y SMS como si en vez de pulgas hubieran visto jinetes vestidos de negro con una guadaña…

Unas cochinas pulgas se tratan como si hubieran llegado unos expedientes cargaditos de Ántrax, y sólo ha faltado desalojar el edificio con las sirenas y las luces de emergencia a todo trapo. Aún estamos a tiempo.

La solución del tema es tan prosaica que suena a simpleza: una caja con un producto que atrae a los bichos y otro que los liquida. Así de sencillo. Si la cosa no llega por lo visto hay un gel (lo que no sé es cómo lo pretenden aplicar) y si no directamente irán a por el gas. Espero que nos desalojen antes de usarlo porque si no puede ser un tema que vaya a mayores.

En fin, que cuando nos digan que en este edificio hay malas pulgas ya no nos podremos cabrear, porque es literal. Cosas que pasan.

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