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jueves, 21 de noviembre de 2013

Ahora sí que empiezo a tener miedo

Ahora sí que empiezo a tener miedo en serio. No es un recurso estilístico, es en serio. Como esto siga así se acercan tiempos oscuros (sí, más oscuros aún), de esos que provocan que se hagan películas dentro de unas décadas (u hologramas o lo que se haga de aquella) y que el público diga “¿eran idiotas? ¿cómo pudieron no verlo venir?”.

Esta tarde me bajé de una web (bastante sospechosa, la verdad) los discursos completos de Adolf Hitler. Casi me dio cosa buscarlos en Google no sea que la CIA, la NSA, el servicio de inteligencia español (¿?), el Mossad o quien demonios sea me fiche como pro-nazi, que ya sería el colmo de la ironía. La línea que separa la el interés en el estudio de ese oscuro personaje (hablo de Hitler) y la admiración al mismo de fina tiene lo que yo de obispo así que no me vengan con monsergas, que nos conocemos. Es como decir al investigador del cáncer que le desea un melanoma a toda su familia para ver cómo va la cosa.

A lo que iba. Hitler ganó unas elecciones. Es una dura realidad que como demócratas tenemos que asumir si queremos diagnosticar los problemas y peligros de nuestro sistema político. Y las ganó en un momento de crisis, desesperación, desprestigio de la política y de los políticos, corrupción generalizada, pérdida del sentido de la realidad… vamos, en un momento bastante similar al actual.

“Hoy no podría pasar eso”, dicen muchos. Bueno, miren a Venezuela. La “Ley Habilitante” de Nicolás Maduro incluso comparte el nombre con la que se aprobó en la Alemania de 1933 y que supuso el ascenso a la dictadura de Hitler con total legalidad formal. Maduro podrá dictar leyes sin pasar por el Parlamento. Dictar, ese verbo…

Algunos pretenden que la ciudadanía se rebele. Me parece bien, la verdad. Creo que es importante que el español se enfrente por fin a la realidad del monstruo que llevamos creando desde la aprobación de una ineficiente Constitución, que cambió la dictadura de un señor por la de unos pocos señores, y que supuso la inauguración de un periodo que podríamos llamar de “partitocracia” en que el esquema teórico era sencillo: el pueblo es soberano, el pueblo elige al Congreso y el Senado, el Congreso y el Senado tienen poder absoluto. Lástima que se pervirtiera.

El esquema real que vemos a diario es: el pueblo es soberano, una serie de partidos políticos dan a elegir al pueblo entre unas opciones tasadas por esos mismos partidos, ergo, los partidos son quienes eligen al Congreso y al Senado aunque se vayan pasando la pelota para que no cante mucho.

En el diagnóstico coincidimos casi todos, tanto los revolucionarios como los que vemos otro camino más tranquilo e igual de efectivo. La diferencia es que el que les comento hoy garantiza mejor que no nos van a poner alambradas en los campos de fútbol para meter a la gente en manada.

Si quienes organizan esos saraos (15M, sindicatos y demás) realmente tienen esa convicción absoluta de que “el pueblo” está con ellos, lo tienen muy fácil: que se presenten a las elecciones. Hoy está tirado si realmente existe esa base social. No me digan que hace falta muchísimo dinero porque hoy día no es cierto, que Internet es gratis y tiene mucho que decir.

Pero hay una serie de inconvenientes graves: el primero de ellos es que hay que hacer una lista, poner nombres, ver quiénes de los que buscan esa supuesta igualdad quieren ser “más iguales que los demás”.

El segundo es que hay que redactar un programa electoral, y ahí ya empezamos con las disensiones. “Fuera los políticos” es un eslogan que entra bien. A la gente le gusta. Pero un eslogan no es un programa electoral, y “quitar a los que están para poner a gente nueva” como único principio es lo que llevó a la humanidad al abismo en repetidas ocasiones. Cuanto más breve sea el programa más voy a desconfiar: “evitaremos la explotación al trabajador”. Vale, fantástico, pero dime cómo, porque eso también lo decía el tío Adolfo (de ahí lo de socialista del nombre de nacional-socialista).

Cuidado con los “padres de la patria”, con los que les comen la oreja con frases bonitas pero que son huecas como sus promesas. Los discursos rimbombantes son muy sencillos de tejer pero no garantizan nada. Desconfíen de todo aquel que les diga que “la culpa es de los bancos y los políticos”, porque quiere decir que no se ha enterado de qué va esto, o que es lo bastante cobarde como para no decir públicamente lo que cada día tenemos más claro: la culpa es de todos.

Todos hemos tragado, pero la solución no es elegir al primer iluminado (o iluminada, por aquello de la igualdad) que se nos ponga por delante. La solución es que cada uno de ustedes, de las personas preocupadas que piensan que esto no puede continuar, se afilie a un partido, al que sea.

Anda que no hay donde elegir... y estos son sólo unos pocos

Sí, lo digo en serio. Entren en el partido que más les guste, o el que menos asco les dé y participen, debatan, convenzan, escuchen, argumenten, intercambien ideas, incluso modifiquen sus planteamientos, que nunca se sabe… y pidan democracia interna, y listas abiertas, y que los cargos se elijan libremente, en urna cerrada, en voto secreto… Si la ciudadanía que cree que la política es repugnante no se implica, sólo entrará en política quien busque repugnancia. Es una paradoja, pero es así.

Y si en todos los partidos entra la ciudadanía en manadas, tendrán que organizarse sí o sí y dar voz a toda esa gente. Y entonces habrá democracia real, porque no se engañen, la democracia está ahí, esperando a que la vayamos a buscar, pero no va a venir solita por mucho que la llamemos cómodamente sentados en nuestros sofás y criticando lo que vemos en el telediario.

La democracia puede ser real, pero hay que currárselo. Y para eso sólo hay una herramienta evidente: los partidos políticos, que basan su poder absoluto en la desidia del ciudadano medio, en que nadie les va a decir ni pío cuando hagan sus desaguisados, porque acostumbran a tener afiliados aborregados. Ese es el quid de la cuestión, donde hay que luchar, y no acampando en la Puerta del Sol y cantando baladas.

El 15M y sus derivados están muy bien como publicidad, pero no valen absolutamente para nada en la práctica, y encima son peligrosos. Son peligrosos, no por ellos mismos, que creo sinceramente que son gente bienintencionada, sino por el discurso “antisistema” que no sólo se lleva por delante a los políticos corruptos sino también a los decentes, a las instituciones positivas y a la legalidad que, nos guste o no, es el único camino posible. 

A veces me siento como si fuera uno de aquellos periodistas de los años 30 que advertían de lo que podía pasar. Espero no acabar como ellos.

Hoy me ha salido largo el tema. Vaya por el del martes, que no escribí porque estaba pachucho.

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