Vuelvo a hablar de Estrasburgo porque seguimos dando vueltas a si se cumplen o no se cumplen las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. ¡De Derechos Humanos, insisto! Escudarse en que se pude incumplir una sentencia sin que pase nada para pedir que no se ejecuten aquellas sentencias que no nos gusten es una barbaridad de marca mayor. Y aunque imagino que no debería tener que hacerlo les voy a explicar por qué esto es así.
Supongamos que usted y yo tenemos un problema que cada uno, como es habitual, ve desde su punto de vista. La única forma de resolverlo es o liarnos a puñetazos, lo que no es lo más recomendable en una sociedad que se dice civilizada, o lo planteamos a una tercera persona que nos resuelva el conflicto. Esa tercera persona tiene que basarse en algo, una serie de normas, con lo que cuanto más preparada esté en el tema mejor, así que se crea una administración de justicia que elige a la gente en función de criterios objetivos mediante una oposición. Esa será la persona que nos resuelva el conflicto.
Una vez esa persona toma una decisión existe la posibilidad de, si una de las dos partes no está de acuerdo, ir a preguntar a otra que está por encima. Y si sigue el desencuentro a otra más. Y ya está que bastante es que tres tíos que no se conocen de nada ni te conocen a ti ni a mi digan lo mismo. Pues bien, imagine ahora que tras tres personas encadenadas dándole la razón yo me niego a cumplir lo que dicen. ¿Entonces qué demonios pintamos aquí todos perdiendo tiempo y dinero en un juzgado?
Y ahora imagine que yo soy el Estado. Con mi poder absoluto, mis presupuestos, mis fuerzas de seguridad, mis legiones de funcionarios, mis normas unilaterales de obligado cumplimiento… soy yo ahora, el Estado en todo su esplendor expansionista y metomentodo, el que se niega a someterse a una justicia que se supone que es una de mis patas. El todopoderoso Estado que se dice democrático pero que abusa diariamente de la confianza que hemos depositado en él para tomarse unas libertades que a ciertas dictaduras les pondrían verdes de envidia.
¿Es a ese Estado al que estamos pidiendo de rodillas que incumpla una sentencia? ¿Nos quejamos todos los días de “los políticos” achacándoles todos los males pero estamos razonando para que esos mismos políticos no se tengan que sujetar a la justicia cuando no les conviene? ¿Están ustedes seguros de la burrada que están pidiendo?
“Pero sólo sería cuando haya alarma social, o cuando el Pueblo lo exija”… Ya, ya, ya… “El Pueblo”, “la voz del Pueblo”… Y por curiosidad, ¿quién interpreta esa voz? ¿Alguna persona que elijamos entre todos para representarnos? Porque esa es la definición del político en democracia. ¿Un “sumo pontífice de la democracia”? Si quieren les recuerdo las salvajadas que se hicieron históricamente en nombre de la voluntad de Dios por culpa de sus “intérpretes”. ¿O mejor los medios de comunicación? ¿Acaso no tienen ya bastante poder como para que encima les demos un derecho de veto sobre las sentencias judiciales? ¡Es de locos!
Esto me recuerda sospechosamente a la época en la que José Blanco pedía que la presunción de inocencia no se aplicara, aunque no con esas palabras. Ahora, que ha probado de su propia medicina, reconoce que erró gravemente. Si hubiera terminado derecho (en su currículum ponía “estudios en derecho” que viene a ser que tiene unas cuantas asignaturas y luego lo dejó para dedicarse a cosas más “produtivas”) habría aprendido la importancia de ese principio antes de ponerse a redactar leyes. Lo de este país no tiene nombre.
Piénselo un poquito. Imagine que a usted lo encarcelan injustamente, que aunque no se lo crea es posible. Imagine que su caso llega a Estrasburgo y el tribunal le da la razón… Imagine que el Estado se niega a soltarlo porque no le sale de las narices. Después de todo, ¿por qué íbamos a ejecutar en España esa sentencia que a usted le gusta pero no la de los etarras que no nos gusta a ninguno?
Pues es un sapo que hay que tragar, aunque esté lleno de verrugas y se retuerza en el barro. Hay que asumir que la prórroga en la cárcel de cierta gente fue ilegal, porque las leyes que había en España en ese momento eran de chiste. El error no está en la sentencia, sino en el código penal de Pocoyó que estaba vigente cuando se condenó a esta gentuza. Ya se han cambiado, pero ahora es tarde para esos casos. Reclamen a quien hizo esas normas.
A mí tampoco me gusta, pero la alternativa me gusta todavía menos. Incumplir una sentencia no soluciona nada pero lo complica todo mucho más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Derecho a réplica:
Se admiten comentarios, sugerencias y críticas. Sólo se pide cierta dosis de ''sentidiño'' y cortesía.