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lunes, 17 de marzo de 2014

Dejar que los niños se acerquen a la calle

El viernes por la tarde en la plaza de España hubo una demostración de juegos populares organizada por la Asociación Trebas Galaicas. Pasé por allí para ver cómo era el montaje y he de decir que no pude menos que admirar la sencillez y la efectividad de la organización.

Uno de los juegos consistía en que cuatro o cinco niños competían por meter piñas en un cesto. Había cinco piñas alineadas y tenían que cogerlas de una en una. Más sencillo imposible pero no se imaginan las caras de felicidad y lo bien que lo pasaban los críos.

Me pareció detectar en las caras de los niños, pero sobre todo de los padres y del público, la sorpresa de lo bien que se lo estaban pasando sin ordenador, consola, móvil, o cualquier cachivache con pantallita y botones, virtuales o de los otros.

Uno se para a pensar en esas cosas y ve que nuestra generación, la de que estamos acercándonos a los 40 (es una cosa aproximada, habrá gente de 30 que también), me da la triste impresión de que es la última que jugó en la calle. Además del clásico fútbol estaban la rayuela, el escondite – versión patria o británica, llamada “escondite inglés” -, “sangre”, brilé y cuarenta cosas más con las que nos tirábamos todo el día en la calle sin mayor riesgo que volver a casa con un raspón en las rodillas. El equipamiento, lejos de lo de hoy en que si no tienes la Playstation 4 no eres nadie a los 9 años, era tan sencillo como una tiza o, para los mejor suministrados, un balón. Y tampoco es que fuéramos los niños de la guerra, pero creo que, como decía antes, sí fuimos los últimos en señorear la calle, y sin móvil para que nos localizaran al segundo.

Los niños que el viernes disfrutaban del buen tiempo en la calle, haciendo lo imposible por no ganar nada sino simplemente por ser el primero en recoger unas puñeteras piñas, tenían una alegría que dudo muchísimo que les pueda dar un juego en que tienen que matar marcianos o liarse a espadazos con el prójimo. Desde luego su cara de satisfacción distaba bastante del tontaina boquiabierto en que nos convertimos todos cuando le damos a la tecla.

Y lo peor de todo es que tengo la impresión de que cuando uno se habitúa a esos mundos virtuales es más difícil aceptar la realidad de las cosas, como que te acostumbras a ese universo paralelo que es la informática e Internet y confundes los bytes con los amigos. Hasta tengo la constancia de que hay quien altera su personalidad y tiene una especie de troll interior que sólo sale a relucir en dos momentos: cuando conduce y cuando discute en Facebook.

Pues piénsenlo: si a los adultos que hemos conocido este mundo más tarde ya nos cuesta diferenciar, imaginen un crío que se pasa el día pegado a las pantallas. ¿No creen que le resultará más complejo saber qué es real y qué no? Además, dudo que sea sano para la formación como persona si no se guarda el debido equilibrio. Lógicamente tampoco defiendo que la tecnología se reserve a personas desde los 15 años, pero un niño que no se ha raspado las rodillas no ha tenido infancia, y con la consola el único riesgo es que te dé una descarga o que tengas uno de esos dolores posturales por sujetar mal el mando. Será más seguro, pero no sé yo hasta qué punto recomendable.

Quizás la tecnología sea una maravilla de la Humanidad, no se lo discuto porque soy habitual usuario, pero también creo que ha llegado el momento de tomar aire, respirar hondo y plantearse si no nos estaremos pasando unos cuantos pueblos, empezando por los niños. No se trata de que dejemos que recuperen la calle, se trata de que los animemos.

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