Hace unos días sufrí una invasión en mi propia casa. No se trata de que nadie entrara físicamente, sino de una agresión acústica porque los críos de otro piso montaron semejante cristo que no se imaginan ustedes cómo temblaban las paredes, literalmente hablando, con los golpes que daban. No me pregunten a qué jugaban.
Hasta aquí queda la cosa en una anécdota como supongo que tendrán cuarenta de ustedes, aunque imagino que cada vez habrá más afectados por los niños-vándalos a los que sus familias no se atreven a castigar y todo queda en un “cariño, que estás molestando a los vecinos” mientras el niño sigue degollando a voz en grito a una muñeca o tirando al suelo todo cuanto le sale de los cuernos. En mi caso particular estaban dos niños haciendo un peculiar concurso de cuál gritaba más, y esto es también literal, como lo de las paredes.
Obviamente colmada mi paciencia (no era la primera vez, ni la segunda, ni la décima) llamé por teléfono al piso en cuestión para decirles que estaría bien que los niños jugaran a esas cosas en la calle (tampoco es que lo vea muy bien, pero mejor que en el piso…) y la respuesta fue la que dan ahora siempre: “ya se lo dije pero no me hacen caso”. Y punto. Te fastidias. No hay más debate ni posibilidad. Resulta que ahora unos críos de escasa edad tienen más poder de molestar que sus mayores de controlarlos. Dios nos pille confesados.
En fin, fuimos llevando la tarde como pudimos. Unas horas más tarde (de neuvo, aunque no lo crean, soy literal) los críos debieron de cansarse y la cosa se relajó, o directamente se fueron a dormir a la hora que les pareció procedente dejar de tocarnos las narices a todos.
Creía que el tema quedaba zanjado pero, inocente de mí, no contaba con que la osadía de alguna gente es aún más absurda, lo que explica la falta de educación de los críos.
Un par de días más tarde me cruzo con el padre de una de las criaturas. Me para para decirme que “creo que el otro día mi hija te estuvo dando la lata toda la tarde”. Como me sonó a inicio de una disculpa le intenté quitar hierro en plan “sí, no imaginas, pero bueno, son críos sólo que claro tantas horas seguidas ya llega un momento…” y ahí me cortó “¿qué coño tienes tú que decir de mi hija?, ¿Que es una salvaje?”…
Es decir, que en lugar de la lógica disculpa que me esperaba la cosa fue hacia el escopetazo y tentetieso, seguido de “en mi casa hago lo que me da la gana” y un categórico “y si te jode, te pones tapones”. ¡Increíble!... o no tanto.
La tiranía de los niños no viene dictaminada por éstos. Son demasiado pequeños para intentar dominar de esa manera a sus mayores y hasta la adolescencia no les suele dar ese arrebato de “es mi vida, no me controles”. Cuando un crío de escasa edad está siete horas gritando en una casa sin que nadie le diga nada, la culpa no es del niño, sino de sus mayores.
No sé ustedes pero yo de pequeño tenía que observar ciertas normas de mínima cortesía como no gritar como una bestia en un edificio con más gente, jugar sin poner en peligro la estructura del edificio, y ese tipo de cosas. Obviamente éramos críos y hacíamos trastadas, pero era a espaldas de nuestros padres, no con su… iba a decir aplauso, pero va más allá la cosa, defensa férrea del derecho del niño de tocar las narices a terceros.
Va a sonar algo mal, pero entiéndanme cuando les digo lo siguiente: los niños son como los perros, lo que hacen no es culpa suya sino de quien los educa. Me niego a creer en ese principio que viene a decir que todos tenemos que aguantar la falta de educación de los hijos ajenos porque sí.
Si tienen críos, cuando estén a grito pelado y ustedes estén tan panchos piensen en lo que les parecían esas cosas cuando no tenían hijos, porque a veces parece que con la paternidad se da una sordera selectiva que los demás no disfrutamos.
Si es que, para todo se saca un carné, menos para ser Padres. :(
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