Cuando descubres un sitio paradisíaco lo mejor es callarte. Es una experiencia amarga que he aprendido tras haber publicitado mucho un lugar bastante escondido de las rías bajas y que ahora es un hervidero más de gente como toda la zona. Un asco, vamos.
Pero siempre nos quedará Foz. Es lo bastante grande como para que aunque vaya mucha gente nunca se llenarán sus inmensos arenales, y lo bastante peculiar en lo climatológico como para que se eche atrás mucha gente que busca imitar a los lagartos bajo un sol abrasador, para alegría de los melanomas y los fabricantes de cremas solares extremas.
Foz es un pueblo bastante feo en un entorno espectacular. Un mal bastante común a esta Galicia nuestra, donde desde los 60 para aquí cada ladrillo que se ha puesto ha contribuido a afear el paisaje notablemente. No quedan casi pueblecitos que hayan crecido hacia el exterior, respetando la zona vieja con visión de futuro, sino que casi todo es un “derriba lo viejo, construye algo más grande pero infinitamente menos atractivo”, y eso vale igual para el norte, que ha llegado más tarde a este tren pero lo ha cogido con fuera, que para el sur, donde los elegantísimos chalets o las atractivas casitas de pescadores de las rías bajas se han ido sustituyendo por moles de dudoso gusto e imitación a piedra.
Pero dentro de esta visión tan demoledora, nos queda un punto a favor para el norte. Al haber sido una zona a la que el turismo ha llegado más tarde, los planes urbanísticos han protegido razonablemente el entorno y aún quedan paisajes paradisíacos en la costa, paseos de piedra kilométricos, y un mar con una fuerza y un atractivo inigualables.
Y encima ahora desde que está Javier al frente del ayuntamiento, un alcalde joven y dinámico, se ve que hay más actividades, más atractivos para el turismo y para los que allí residen ya sea con primera o segunda vivienda. Desde actividades de las de “mirar”, como exposiciones, muestras de baile, concentraciones de coches clásicos o cuarenta cosas más hasta otras de participar enfocadas al baile (la zumba esa tan de moda y cosas así) o a los juegos para críos, lo que siempre es un acierto porque son un público muy agradecido y que además es el que manda en casa.
Me preocupa un poco que Foz despegue demasiado y se nos convierta en un nuevo Portonovo, que está demasiado lleno, pero ser el único pueblo de la costa de Lugo con un tamaño un poco decente y con una buena playa es algo que atrae gente.
Este fin de semana he estado en Foz, y me ha vuelto a enamorar. Sevilla tendrá un color especial, pero el mar de la Rapadoira tiene una paleta entera de tonos según avanza el día.
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