El ser humano se supone que se distingue de los animales por aquello de razonar, aunque en algunos casos es bien cierto que dicho criterio es de difícil aplicación.
Estos días leemos en redes sociales las reacciones más variopintas a la confesión de Teresa Romero de que mintió cuando aseguró que le había dicho a la médico de cabecera que había estado tratando a un paciente con Ébola el día que acudió a su consulta porque se encontraba mal. El mismo día que a continuación se fue a hacer la cera, comportamiento poco acorde con lo que no sólo indica el sentido común si estás mal en esas circunstancias, sino con lo que por lógica le habría dicho la doctora que la atendió si supiera sus antecedentes profesionales (que imagino que sería algo así como: ¡traigan una burbuja de plástico ahora mismo!).
El tema de la buena de la enfermera nos costó a muchos algunos disgustos, e incluso la condena social más grave de las redes: “¡te borro del Facebook!” que es como la hoguera de la Santa Inquisición pero en versión digital. Yo, personalmente, he tenido dos bajas por este asunto, que supongo que no volverán a ser altas porque la gente es muy reacia a reconocer sus errores.
Pero el tema de la señora Romero va a dar aún sus vueltas. De convertirse en presunta mártir, enterrada antes de tiempo por quienes decían apoyarla (su supervivencia, por mal que quede decirlo, supuso un duro golpe para los argumentarios de mucha gente que la usó como ariete contra un gobierno que les cae mal), ha pasado a ser una caricatura nacional. En vez de ser una mujer que hacía su trabajo y que se contagió por la incompetencia de las administraciones ahora parece que sólo es una cochina mentirosa que se ofreció voluntaria porque pagaban bien.
Pues no es eso, señores, no es eso. Teresa Romero pasó por un trago que no le deseo a mi peor enemigo. Puso en riesgo su salud para atender a unos enfermos que yo no me atrevería a tocar ni con el palo de una escoba, y se presentó voluntaria para ello.
¿Que hizo mal cuando dijo que había advertido a la doctora de su inmediato pasado laboral? Claro que sí, pero si les soy sincero me parece un pecado venial que ha corregido ahora, imagino que por la demanda que le ha puesto la otra parte. No me malinterpreten, no defiendo la mentira y mucho menos con las consecuencias que podría tener para el prestigio profesional de la doctora quien, por cierto, ha reaccionado con una exquisita elegancia al poner la demanda y no ir por los platós a hinchar sus bolsillos... y retirar esa demanda tras la confesión, lo que demuestra que su interés no era económico sino de mera dignidad. Lo que digo es que habría que verse en la situación para ver cómo reaccionaría cada uno ante el acoso de la prensa y el seguimiento minuto a minuto de todo el puñetero país.
Teresa Romero nunca fue un ángel, pero tampoco es Satanás. Es una persona, como todos, con sus virtudes y sus flaquezas.
¿Que ha intentado sacar pasta de la muerte de su perro? Sí. ¿Que ha mentido para quedar bien con la opinión pública? Sí. ¿Que ha puesto en jaque a un Gobierno con una serie de actos discutibles? Sí. Pero aun así no creo que merezca ser lapidada en la plaza mayor como ahora parece que defenderán quienes antes querían canonizarla. Supongo que hoy nadie dudará del “error humano” en el contagio, posibilidad que si tenías la osadía de mencionar hace unos meses, te condenaba casi al paredón.
Y ahora me pregunto yo… ¿qué habría pasado si hubiera muerto? Es decir, ¿qué pasaría si su mentira no hubiera sido desdicha por ella misma? Pues habría supuesto un gravísimo perjuicio profesional para la doctora que la atendió sin posibilidad de remisión porque las tablas de ouija dan muy mal en cámara.
Hoy en día la verdad ha salido a la luz, pero ha tardado. Podría no haber salido si no hubiera habido la gran suerte para todos, sobre todo para ella, de la supervivencia de Teresa Romero.
¿Entienden ahora por qué hay que ser tan prudente con estas cosas?
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