Cuenta La Voz de Galicia de hoy que el Salón Erótico celebrado el fin de semana en el Palacio de Ferias y Exposiciones tenía más de porno que de erótico. Además de la venta de productos relacionados con el tema (lubricantes, vibradores…) por lo visto hubo espectáculos en vivo que de erotismo tenían lo que de medioambiental y que directamente eran polvos con público.
Nada que objetar, salvo quizás la publicidad engañosa, que creo que va más en contra de la organización que del público. Si hubieran anunciado realmente lo que era es más que probable que la afluencia del respetable (o no tanto) hubiera sido bastante mayor, ya que la entrada de 14 euros te daba derecho a ahorrarte calefacción una vez en casa.
He escuchado voces varias diciendo que un recinto financiado con dinero público no puede albergar una cosa semejante. No estoy de acuerdo. A mí me parece muy bien que si un empresario quiere montar un salón porno, lo cual es perfectamente legal, y paga la cuota que cobra la feria por cederle los espacios, no tenga mayor impedimento que el que el público le otorgue.
Aclaro que no he bajado, entre otras cosas porque el sábado me fui a jugar con la nieve a Piedrafita y lo pasé pipa y ni me acordé de la cosa ésta, pero les diré que cuando se anunció me picó la curiosidad enormemente y si algo me disuadió de bajar fue mi memoria de pez que hizo que se me pasara el tema, y el precio de la entrada, que me parece exagerado para ver unos puestos en que venden condones y bolas chinas. Si llego a saber de qué iba el tema a lo mejor hasta habría ido por morbosa curiosidad.
Lugo es una ciudad pequeña, en la que los temas de cintura para abajo todavía dan risa floja y hacen que la gente se mire con picardía diciendo “¡halaaaaa!”. Es esa cuota de espíritu pueblerino que pagamos gustosos porque tiene más ventajas que inconvenientes en general, pero escandalizarse ante algo tan natural como el sexo es bastante propio de sitios más bien pequeños.
Entiéndanme bien, ni defiendo crear un barrio rojo en Lugo como el del Ámsterdam, con putas en los escaparates como si fueran jamones, ni poner clases de masturbación en los colegios como se decía que había por ahí. Pero tampoco puedo comprender esa reacción de colegio de monjas donde una represión mal llevada sataniza todo lo que sea el disfrute físico y la sana sexualidad. Precisamente ese componente de prohibición es algo que lo hace más atractivo.
La Feria de Exposiciones o como demonios se llame, ha de sobrevivir funcionando como una empresa, y las empresas se abren a la demanda. Pretender otra cosa sería un disparate. Es como si una agencia de alquiler de vehículos no quisiera arrendar una furgoneta para trasladar crucifijos porque su dueño es ateo. Mientras la actividad sea legal, insisto en ese punto, no es función de la gerencia elegir lo que es “bueno” o “malo”, sino rentabilizar los salones.
A fin de cuentas es nuestro dinero.
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