El 28 de febrero de 2004 visité el Museo del Bardo. Supongo que hasta mediados de marzo no conseguí cerrar la boca de la sorpresa que me causó la cantidad de tesoros que allí había, artísticamente hablando.
La que liamos en Lugo cuando aparecen un par de palmos de mosaicos y no se imaginan todo lo que tienen allí. Decenas y decenas de mosaicos grandiosos, enormes, trabajados, impresionantes… en un museo que por fuera parece poco más que una mole blanca siguiendo, según nos contaron, un principio musulmán según el cual no se puede aparentar hacia el exterior para no ofender a los pobres. Igualito que aquí.
Supongo que a partir de ahora el museo en particular y Túnez en general verán una clara caída en una de sus principales fuentes de ingresos. El turismo es la industria por excelencia de aquel país, que además se nutría generosamente de divisas que, cuando fui yo, beneficiaban principalmente al Estado, ya que los ciudadanos particulares no podían cambiar moneda extranjera por nacional. Lo sé porque el personal del hotel, cuando cogía confianza con nosotros, nos pedía que le hiciéramos nosotros la transacción porque tenían dólares y euros que les daban de propina pero que a ellos no les valían para nada.
La destrucción de por parte del grupo terrorista estado islámico (insisto, que ya lo dije alguna vez, ¿hasta cuándo vamos a respetar esa autodenominación que les da un barniz de legitimidad?) de piezas históricas irremplazables, intentando borrar las huellas de su propio pasado, se lleva también por delante a personas.
En este caso nos enteramos con detalle porque les ha tocado la china a turistas europeos, dos de ellos españoles, pero probablemente si hubiera sido un tema local no abriría telediarios y portadas de periódicos. Una vez más se demuestra que lo que nos importa es el pellejo propio.
El terrorismo es de lo peor de este cochino mundo, y más cuando va consiguiendo objetivos porque lo único que ocurre es que se envalentonan. La más que probable caída del turismo en Túnez a partir de este momento será un logro para estos desgraciados, que pretenden conseguir con el uso del terror (de ahí el término) lo que no ganaron en unas urnas, que eligieron por primera vez a un presidente democrático en ese país.
La falta de argumentos, la pataleta, el “o me haces caso o te rebano el pescuezo”, la fuerza bruta por encima de la racionalidad y la mayoría… son marca de la casa de cualquier movimiento terrorista. Aquí lo vivimos durante largos años y de hecho los que nacimos durante los años de la Transición (con mayúsculas) recordamos desde siempre un atentado tras otro y seguimos con la mosca detrás de la oreja porque no acabamos de creernos ese abandono de las armas que nos anunciaron hace ya tiempo. Eso sólo los años harán que se afiance si siguen, como debe ser, sin poner bombas ni pegar tiros.
Túnez tiene que tener un apoyo incondicional y unánime de toda la sociedad internacional, países, empresas, ciudadanos y todo tipo de organizaciones incluidas. Es la única manera de ganar a estos cabrones, demostrándoles que no van a conseguir nada.
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