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viernes, 10 de julio de 2015

Cuando el cine era un sitio donde ver películas

Hace algún tiempo en los cines Yelmo (ahora cerrados, eran los que estaban en la plaza Viana do Castelo) ponían un previo muy gracioso en las películas en el que algunos personajes de Barrio Sésamo (como por ejemplo Elmo o el Conde Drácula) cantaban para animarte a repetir la experiencia “Ven al cine…”. Además del tema promocional aprovechaban para dar un aviso final (apaga tu móvil) y alguno más como que no hicieras ruido y respetaras a los demás que iban a ver la película. Caían en graciosas exageraciones como “no hagas surf” o “no cantes ópera”… que con el tiempo se han quedado cortas.

Suelo ir con las mismas personas al cine los miércoles, aprovechando la oferta de las entradas a cuatro euros que hacen ese día, y hay que mencionar que cada vez me cuesta más quedarme quieto en la butaca en lugar de liarme a tiros con media sala. El nivel de urbanidad y educación está cayendo en picado en todos los aspectos, pero en el cine es uno de los que se notan más. Eso de tener que estar toda la película escuchando las simplezas que comenta alguno con un tono de voz lo bastante discreto como para que le puedan escuchar cómodamente a dos salas de distancia es tremendamente molesto y hace que echemos de menos una figura que desapareció como los tranvías y los serenos: el acomodador.

La educación escasea en el cine Foto: es.paperblog
Cuando los cines eran cines de verdad había esa figura que te ayudaba a buscar sitio con una linternita que apuntaban al suelo para no molestar, pero que también servía para vigilar que los maleducados que no distinguen entre el patio de butacas y el salón de su casa, aprendieran que no se pueden poner los pies en el respaldo del asiento de delante, que no se puede hablar compitiendo con el volumen de la película o que al salir lo suyo es llevarse el vaso de cartón y el cubo de las palomitas. Desaparecido el acomodador, estos comportamientos se hacen habituales para disgusto de los que recordamos ir al cine como algo que se hacía en comunidad bien entendida, y donde incluso los que iban a cosas diferentes que ver la película tenían cuidado de no molestar a los demás.

Deberíamos haber captado las señales de alarma: poner a los teleñecos a cantar para que la gente sepa lo que tiene que hacer cuando el más elemental sentido común viene a decir lo mismo, era una indicación de que la cosa se torcía. Imagino que en unos años lo normal será ir contando a los colegas la película hablando alegremente por el móvil (lo de chatear con la pantalla a tope de brillo ya es algo fácil de encontrar, no sé para qué compran la entrada), o a la gente tumbada ocupando dos o tres butacas. Ya verán, ya.

Me gusta el cine, y además con las películas me pasa lo mismo que con la comida: aprecio lo bueno pero soporto lo malo. Iría de buena gana a ver “Lo que el viento se llevó” si la repusieran en pantalla grande, pero acepto ver una castaña como “San Andrés”, que les recomiendo no ver a menos que no les importe tirar el dinero en una película que es solo efectos especiales y fantasmadas varias para lucimiento de la imaginación de un guionista que debía estar aburrido de ceñirse a lo estrictamente posible.

Lo mismo que cuando comes básicamente te alimentas pero no por ello vas a tomarte únicamente batidos de proteínas o pastillas de vitaminas, el cine es un entretenimiento de dos horas que también puede ser algo más. Desde películas entretenidas sin más tipo “Jurassic World”, pasando a llamativas por la estética como “Kingsman”, y llegando a otras terribles que te dejan mal cuerpo pero te marcan moralmente como “El maestro del agua” o “El niño 44”, esas dos horas sirven para pasar un rato o para hacerte pensar en muchas cosas.

La pena es cuando ves que hay quien parece no saber dónde se mete y luego pasa lo que pasa. Aún recuerdo que la vez que vi en el cine “La lista de Schindler”, de la que salimos todos callados e impresionados, unos chicos que iban delante se reían de uno de los asesinatos más crueles de la película. No puedo entender que alguien se lo tomara así, pero de todo tiene que haber en el mundo.

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