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viernes, 13 de noviembre de 2015

Clubes de lectura, ¿existen aún?

Recogía ayer el muy recomendable blog de Paco Rivera que “en la Biblioteca Provincial han tenido que cerrar el Club de Lectura en Gallego por falta de participantes. El curso pasado habían tenido tres; para el presente no se anotó ninguno”.
Web de la Biblioteca Nodal (la de Ramón Ferreiro)

Ignoro si en Lugo quedan algunos de los clubes de lectura que antes eran tan habituales, y a los que se apuntaba mucha más gente de la que nos podríamos imaginar. En principio son grupos de personas a las que les gusta esa actividad y que se reúnen para proponerse unos a otros diferentes libros y comentarlos una vez leídos.

No es una mala actividad pero las nuevas generaciones probablemente tengan difícil compartirlas por dos motivos. El primero es que no leen, lo que explica en gran medida las barbaridades que escriben y que hacen que cuando te paras a mirar los comentarios en Facebook casi te den ganas de arrancarte los ojos. El segundo es que de comentar lo comentarían en un foro de internet, que es algo más higiénico y no supone molestias como salir de casa y relacionarse con otros seres humanos.

Algo se está perdiendo. Mi generación es la última que ha vivido muchas cosas. La última que disfrutó de una adolescencia sin móvil; la última que jugó de niños en la calle con libertad; la última que tuvo largos, larguísimos veranos de tres meses que hacían que volvieras al colegio casi hasta con ganas; la última que vivió un mundo analógico de dos cadenas de televisión y ajeno a las pantallas planas que hoy dominan nuestras vidas desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

Con esos mimbres, ya me dirán ustedes qué club de lectura vas a hacer. Si fuera uno de “gamming”, que es una de esas estúpidas palabras en inglés que usamos para hablar de algo que también se hace aquí pero que suena más guay si lo dices como en las pelis, habría bofetadas para entrar, y coronarían al que más bichos desagradables ha liquidado o al que consiguió que los sesos del zombi saltaran más alto. Pero no, lo de las letras juntas formando palabras parece que no gusta tanto y eso explica también el éxito de plataformas sociales como Twitter, de la que me declaro total analfabeto porque soy incapaz de expresar casi nada en 140 caracteres. A veces creo que no me dan ni para el título del artículo del blog.

Que el club de lectura fuera convocado en gallego probablemente no ayude tampoco a su éxito, porque aunque las administraciones nos intenten hacer tragar sus logros en la promoción del gallego lo único que han logrado en los últimos años unos y otros es polarizar las cosas cada vez más y convertir en rivales a los que antes eran personas que convivían pacíficamente, cada uno usando el idioma que le da la gana. Vamos, lo mismo que ahora pero más cargado de bombo.

Galicia no era Cataluña ni el País Vasco. Por suerte todavía tampoco lo es, aunque me empieza a recordar a la Cataluña que conocí de pequeño, aquella en que te miraban mal por pedir un helado en castellano. Aquí no había un conflicto, solo unos cuantos gilipollas que despreciaban al que hablaba gallego y lo tachaban de paleto.

Pero la sobrerreacción, la que hace que ahora se pueda despreciar al que elige hablar castellano, es un problema igual que el de origen, y probablemente haya sido una cuestión de impaciencia. De no dejar que nuestra generación, la de la EGB, la que está razonablemente equilibrada, llegara a imponer su educación. Una educación que no solo es bastante bilingüe (totalmente creo que es imposible) sino que respeta a quien habla lo que le apetece y de hecho a veces ni nos damos cuenta de en qué nos están hablando.

Pero eso hoy ya es pedir demasiado. La normalidad que se alcanzó se queda ahora en agua de borrajas y probablemente nos vamos a un proceso de “balcanización” que trae como resultado final un conflicto que no lleva a ningún lado como el que están montando nuestros paisanos más orientales, u otro todavía peor que consiste en poner bombas.

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