Mañana sábado a las 20:30 horas mi querida Noemi Mazoy, una de las personas más dulces que he conocido nunca, ofrecerá nuevamente su arte para una buena causa. En esta ocasión dará un concierto benéfico en la Iglesia de San Antonio de Padua (la de la calle Tuy, bajando hacia Fonte dos Ranchos, porque por el nombre a lo mejor no les suena) a favor de las Pastoral Penitenciaria Lucense y la Asociación Concepción Arenal.
Es muy propio de Noemi prestar su voz a este tipo de iniciativas humanitarias. No en vano empezó su carrera con tan solo cinco años actuando para ancianos de la mano de su madre, a quien la ciudad de Lugo debería estar eternamente agradecida por encauzar el talento de su hija para darnos la que, en mi opinión, es sin duda alguna la voz más brillante de nuestra ciudad, y me quedo corto.
Como es habitual en sus conciertos, no se limita a ofrecernos su prodigiosa voz, sino que busca un valor añadido (que no hace falta, pero insiste en ello) a sus recitales, y nos ha pedido a algunas personas que digamos unas breves palabras como prólogo de algunas de las canciones. Siendo la causa que es no podía decir que no, si bien tengo que reconocer que me ha hecho pensar mucho en el tema de la reinserción.
Mi brevísima intervención (me da cargo de conciencia interrumpir la perfección de Noemi en el concierto) será una reflexión sobre la importancia de la segunda oportunidad. Sin embargo tengo que reconocer que estas palabras son matizables, porque aunque estoy seguro de que todos podemos cometer un error, me cuesta mucho trabajo conceder el beneficio de la duda a ciertas personas.
Concretando, no me parece lo mismo reinsertar a una persona que ha robado un coche, incluso aunque no sea por necesidad sino por inconsciencia o por causas poco nobles, que tener que aceptar entre nosotros a un terrorista excarcelado. Sí, estoy pensando en Otegui, el “hombre de paz” según Pablo Iglesias o el BNG. Un tipo que tiene la desfachatez de decir que el atentado de Hipercor no era para matar a nadie “porque avisaron”, o que estaba en la playa el día que mataron a Miguel Ángel Blanco “porque no sabía que lo iban a matar ese día”.
A este tipo de monstruos me cuesta mucho trabajo darles una segunda oportunidad porque falta lo que en cualquier cultura civilizada, salvo la del “buenismo” que nos invade, pide para soltar a un preso: el arrepentimiento. Otegui y muchos más como él se aprovechan de un sistema garantista, lo que no es necesariamente malo, y lo utilizan para reírse en la cara de sus víctimas que, en mayor o menor medida, somos todos.
El problema es la comparación, el igualar. Un robaperas cualquiera que se ha equivocado y que ha cometido un error puede, con ayuda y comprensión, reconducir su vida y ser una persona de provecho para sí mismo y para la sociedad. Yo mismo he conocido a quien cometió un delito y que hoy día trabaja como el que más para sacar adelante a su familia y llevar una vida honrada, y ese es el camino a seguir.
El obviar la posibilidad de reinserción solo deja abierto el camino de la reincidencia, y eso no es forma de enfocar el tema.
La ley ha de ser igual para todos, pero puede modular sus castigos y sus premios. Si no hay arrepentimiento, si no hay “propósito de enmienda” como nos enseñaban en Catecismo (algo bueno tenía que tener), no puede haber perdón. Si por el contrario existe esa intención de cambiar, la sociedad ha de acoger al arrepentido y ayudarle a no volver al camino equivocado. Nadie es perfecto.
Nos vemos mañana en el concierto. Recuerden en la Iglesia de San Antonio de Padua el sábado a las 20:30. La entrada cuesta solamente 5 euros y es para una buena causa. La del perdón.