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jueves, 19 de enero de 2017

Mucho más que escaparates

  
Los escaparates de los comercios son importantes. No solamente sirven para lucir sus mercancías y atraer a los potenciales compradores, sino que además nos revelan mucho de la personalidad de los empresarios que los mantienen. En el Verruga, por ejemplo, se hacían unos escaparates pensados para lucir esas impresionantes cigalas de Marín o aquellos percebes de Corme tan espectaculares, pero dependiendo de quién lo montara se notaba el cariño y el cuidado de una mano y de otra. Manolo, un camarero que estuvo muchísimos años en el bar, conseguía unas postales que los turistas fotografiaban invariablemente.

En la reciente campaña de Navidad me llamaron poderosamente la atención dos montajes, y casualmente los dos de confiterías: Ramón y Madarro.

La barca de Mazapán de Ramón
El primero, la Confitería Ramón de Doctor Castro, se curró una barca de mazapán, con un nacimiento en el interior, que era tan sencillo como atractivo. Por supuesto los detalles tienen enjundia, y el número de serie de la barca era el año de apertura del establecimiento, cositas que tienen su mayor belleza en lo efímero ya que aunque la foto permanece, el montaje fue temporal y ya desapareció.
El cariño de Manolo para con su escaparate trasciende con mucho la mera exposición de sus dulces y pasteles, igual que nuestro siguiente ejemplo. 

El árbol de Madarro
En Madarro, en la Calle de la Reina, sus cuidadosísimos propietarios estuvieron no sé cuánto tiempo (pero mucho) vaciando, limpiando y pintando huevos (huevos de verdad, de los de gallina, nada de cosas de plástico) con el que decoraron un árbol navideño. El esmero y el detalle de cada pieza solo puede ser comprendido por quien se ha fijado bien en que no solo se molestaron en ir pintando cada uno por separado, sino que además se tomaron el trabajo de los consabidos chinos del refranero, para perforarlos no sé cómo, pero individualmente. El resultado fue impresionante.

Estas pequeñas cosas son la que hacen que una ciudad tenga encanto. Por supuesto están reducidas a los pequeños comercios, esos que el consumidor (sobre todo el más joven) tiende a despreciar e ignorar lamentablemente. Los grandes grupos no se paran a estas “tonterías”, al sentimentalismo o a “hacer ciudad”. Se reducen a intentar atraer al cliente como si fuera una vulgar polilla y todo está armonizado, categorizado, estudiado, iluminado y milimetrado de forma que cuando te ponen una foto de un escaparate de Zara tanto puedes estar viendo su oferta en Lugo como en Budapest o Houston. La única pista del país es la moneda en que están expresados los precios. Una tristeza.

El pequeño empresariado es el que sostiene la economía. España no vive de Endesa, El Corte Inglés o la Citröen, pero curiosamente las normas parecen redactadas para ayudar a esas grandísimas moles económicas. Por ejemplo, esas extrañas modificaciones de plantilla que hacen para que una misma persona pueda estar trabajando durante quince años en idéntico puesto pero sin hacerle un contrato indefinido, ya que van rotando patronos para evitar que cumpla los tiempos que marca la legislación. El pequeño comercio ni puede ni desea hacer tal cosa, pero encima se le machaca inmisericordemente.

Nuestra ciudad no es ajena a este tipo de cuestiones, e incluso la más cercana de las administraciones, el ayuntamiento, cayó en la trampa de la publicidad fácil bailando el agua a una conocida cadena de chilindradas a cambio de que les regalasen cuatro chucherías para repartir con el sello municipal. Cosas veredes.

Apostar por el comercio local puede resultar más costoso, no se lo niego, y no hablamos solamente de dinero. También es cierto que una cosa es predicar y otra dar trigo, ya que yo mismo tengo una costumbre bastante consolidada a tirar de página web y hacer compras por Internet de determinados productos. Podría intentar justificarlo en falta de tiempo (lo cual sería una chorrada) o en otros argumentos igual de endebles, pero la realidad es tan simple y transparente como la pereza. Es mucho más cómodo pedirlo y que te lo traigan. Quizá esa sea la batalla que tiene que dar el pequeño comercio uniéndose en entidades que puedan coordinar lo que por separado es imposible de afrontar, y eso no es ni mucho menos imposible.

También es verdad que según reconozco eso les diré que me “estoy quitando”, y no únicamente por el argumento localista, que también, sino porque me he dado cuenta de que muchas cosas que te venden más baratas en Laponia te las cobran baratas porque son una porquería. Hay que filtrar, supongo.

En resumen, mi recomendación es mirar y comparar... y a igualdad de precio, o incluso aunque el de aquí sea un poquito más alto, apostar por el comercio local. A fin de cuentas es mejor aspirar a mejorar la economía de nuestro Lugo que la de Arteixo u otros sitios más lejanos, porque quien paga nuestros impuestos, da empleo y desarrolla su actividad aquí merece que se le respete un poquito, digo yo.

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