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miércoles, 12 de junio de 2019

Asco de normas


Supongo que cuando uno es representante público en un alto estamento como pueden ser las Cortes Generales pierde un poco el sentido de la realidad. Sueldos jugosos, prebendas, ventajas, móviles de alta gama… aunque todo ello algo menos exagerado de lo que la mayoría de la gente piensa, sí son salarios y retribuciones muy altas en relación a lo que viven muchísimas personas día a día. Todo depende de con quién se compare.

Les voy a contar un caso de una persona real, una mujer de algo más de sesenta años en una situación terrible. Esta persona trabajó durante mucho tiempo como asistenta de hogar, y aunque cotizó, al haberlo hecho por horas es muy difícil sumar días trabajados, así que para el Estado es como si nunca hubiera dado un palo al agua, lo cual es una falsedad inasumible.

Le han diagnosticado un cáncer, con no muy buen pronóstico. Estuvo de baja por esa causa desde hace algo más de un año y medio y ahora se enfrenta a un doble drama: por un lado, le dicen que la quimioterapia no está funcionando y que no es operable, lo que supone una probable sentencia de muerte… y por otro le han dado el alta con lo que vienen a decir que para la Administración está en condiciones de trabajar.

Sí, ya sé que no es exactamente así. Cuando pasa un año y medio, la baja se convierte en alta o en invalidez. El problema es que como tiene poco tiempo cotizado esta invalidez no se la pueden dar. Si no puede trabajar, según la Administración, tiene que pedir una Pensión No Contributiva (las conocidas P.N.C.) pero como esta mujer cobra una pensión de viudedad, no puede recibir esa PNC.

Y ahora me pregunto yo… ¿qué clase de desalmados han redactado esas normas? ¿Me están diciendo que como tiene una pensión de viudedad (que es la que es, como imaginarán no llega para nada) no pueden darle un céntimo más? ¿No sería lógico que esas pensiones se pudieran sumar hasta llegar a un mínimo digno?

No soy partidario de dar sueldos Nescafé a lo loco. No se pueden crear vagos y sostener con dinero público a todo aquel que no tenga ganas de trabajar, pero es que no estamos hablando de eso. No es el caso de un tío de treinta años que puede desempeñar una función (quizá no en lo que le guste, pero puede aunque no le da la gana), sino de una mujer enferma. Pues nada, ¡que se apañe! ¡Que con ese dinero pague una vivienda, luz, agua, calefacción y comida!… y ya no hablemos de salir a tomar un café o, por supuesto, ir al cine. Eso son lujos reservados a gente de bien.

Mientras esta mujer, que encima es una persona extraordinaria que ha cuidado de los demás durante años y que siempre tiene una palabra amable para cualquiera, tiene que apañarse con una limosna pública, se despilfarran millones en maquetas y proyectos que nunca se harán, en obras faraónicas totalmente absurdas o innecesarias, en campañas que van a parar a manos de intermediarios o en subvenciones millonarias para partidos políticos, sindicatos y asociaciones chupópteras que destinan ese dinero a irse de putas y a cenas con marisco. Y sin entrar en la corrupción pura y dura, que también tiene mucho que rascar, pero solo con quedarnos en la “corrupción legal” nos llega para el ejemplo.

Este país se va al carajo, pero no porque la macroeconomía no funcione, sino porque lo que no funcionan son las escalas de valores y las normas.

¡Qué asco de normas!

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