Saltar en paracaídas... una locura y una experiencia. Foto: La Voz de Galicia |
Es curioso, probablemente la cosa más interesante que he hecho este verano y se me ha pasado totalmente contársela, lo que no es muy lógico porque después de todo, esto es un blog, una bitácora personal, un diario online abierto al mundo mundial para que a quien le interese pueda leerlo.
A finales de julio se celebró, como viene siendo ya habitual, el Criterium aeronáutico de Rozas (se ve que cuando abren al público esconden esos misiles y drones asesinos que algunos decían que se fabricarían allí), en que durante unos días tenemos acceso a actividades que habitualmente no podemos disfrutar en Lugo: acrobacias, bautismos aéreos… y saltos en paracaídas. Pues sí, la cosa va de esto último.
Ya me tentó el año pasado, pero me eché atrás porque el precio me pareció excesivo, ya que son doscientos euros la broma. Mejor dicho, no es que sea excesivo, es que es mucho dinero que no es lo mismo. Si te paras a pensar que estás alquilando una avioneta con su piloto y sus permisos y combustible, un monitor que te acompaña en el salto (menos mal, que de lo contrario aún estaba en la avioneta pensando si saltar o no) y un material profesional, es barato… pero siguen siendo doscientos euros.
Verán que en las fotos que ilustran este artículo no hay ninguna mía hecha en el vuelo, solo una del aterrizaje hecha desde abajo por mi marido. Es que al precio del salto había que añadirle otros 120 euros por las fotos, que eso sí que me pareció un abuso porque realmente ahí no hay ni material ni nada, pero bueno, ya sabemos que a veces si no tienes nada que subir a redes sociales es como si no lo hubieras hecho y supongo que, conscientes de ello, tiran de leyes del mercado y suben el precio porque hay demanda.
Si la cosa es así, ¿qué me hizo cambiar del año pasado a éste? Probablemente que el día anterior al salto nos despedimos de Xohán Rompe, un amigo que nos enseñó que si en la vida puedes hacer algo nunca te arrepentirás tanto de no acertar o de hacerlo mal como de no hacerlo, así que me lancé (nunca mejor dicho) y cuando tuve oportunidad de pensarlo un poco ya había firmado los papeles y pasado la tarjeta.
La experiencia fue positiva en conjunto, pero tiene sus cosillas no tan buenas. La primera de las malas es la subida en avioneta. Te tiras unos quince o veinte minutos pensando “¿pero quién me mandaría a mí meterme en este fregado?”, viendo como el suelo se aleja cada vez más, atravesando las nubes lentamente y superándolas y diciendo “o me empujan fuerte yo yo de aquí no me tiro”. Mientras tanto el instructor te va dando unas mínimas orientaciones y señales que confías en que no hagan falta porque no te acuerdas ni de la mitad cuando se abre la puerta de la avioneta.
Ahí viene lo peor. Como dice un amigo mío profesional del aire, es una locura sacar los pies para tirarse de un avión que funciona y no haces más que pensar en eso y en que el día anterior hubo un paracaídas que no se abrió (aunque para eso está el de emergencia, que hizo perfectamente su trabajo). Pero no te queda otra, tampoco te dan mucha opción y acabas poniendo los pies en el estribo y confiando en que al lanzaros no os peguéis un bofetón con la cola del avión (los miedos no son siempre lógicos).
La cosa comienza con unos minutos de caída libre. Al principio bueno, se lleva con cierta tranquilidad, pero entonces te metes en las nubes. Eso no me gustó nada. Es como conducir por la A8 en Mondoñedo a toda leche y sin ver nada a un palmo de distancia. Vale que en medio de la nube no vas a encontrarte un Mercedes parado pero piensas en que puede pasar una bandada de pájaros, una avioneta o James Bond en globo escapando del Doctor No (vemos demasiadas películas) y bien, lo que se dice bien, no lo pasas.
Pero atraviesas la nube, se abre el paracaídas con un leve tirón (pensé que la cosa sería más brusca) y entonces la cosa cambia. Lo ves todo, lo disfrutas todo, lo vives todo y, al menos en mi caso, no puedes decir más que “Aaaah”, y eso que no soy yo especialmente onomatopéyico.
No tengo muy claro como describirles la sensación. No es como volar (eso fue la primera parte) sino como estar en un columpio en el quinto pino. Te da tiempo a disfrutar de la vista y lo haces tanto que apenas eres consciente de que el suelo se acerca a una velocidad considerable, y también es llamativa la cantidad de detalles que puedes ver a pesar de la altura, no me lo esperaba. Tal vez es que estás tan acelerado y en tanta tensión que estás totalmente alerta y no se te pasa nada desapercibido.
El aterrizaje es otro punto sorprendentemente positivo. Tú te limitas a levantar las piernas y el instructor lleva la parte negativa (sobre todo cuando acompaña a un tío de mi tamaño y, lo que es peor, mi peso). No hay que preocuparse por eso.
Ha sido una experiencia extraordinaria… Se la recomiendo para el Criterium Aeronáutico de 2020, apúntenlo en la agenda.
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