Es mejor que vaya mal tu negocio a que vaya mal tu zona. Puede parecer una afirmación chocante pero la explicación es sencilla: en el primer caso la solución está en tu mano, ya que el problema es tuyo, mientras que en el segundo la cuestión es global y es difícil saber qué hacer al respecto. El problema es que ahora no hay zonas no vayan mal. Esa es la tragedia de lo que está ocurriendo con los comercios tradicionales, que su crisis no afecta únicamente al casco histórico de Lugo donde, a pesar de ser menos acusada que en otras áreas de la ciudad, también existe.
¿Cuáles son las soluciones? ¿Hacer campañas culpabilizando al cliente? ¿Anuncios intentando dar pena? No, eso nunca. No solo es humillante sino contraproducente, porque crea rechazo entre el público. Asumamos que todos buscamos lo que consideramos mejor sin tener que ser señalados con el dedo. ¿Que somos cortoplacistas? Sí, ese es parte del problema y hay que reflexionar que el futuro de todos depende del sostenimiento de la actividad económica de pequeña escala, pero es muy complicado que la gente se gaste más dinero por el mismo artículo pensando globalmente.
Ahí está una de las claves, evitar que sea “lo mismo” y de hecho no lo es. No es lo mismo un producto hecho por artesanos o por fabricantes responsables con mimo y esmero que una vulgar producción en masa de una fábrica que explota a sus trabajadores (en China el salario mínimo son unos 270 euros al mes) y tiene barra libre para contaminar los mares que todos compartimos. No es lo mismo la atención personalizada del profesional que está tras un mostrador, que aconseja y ayuda, que la fría pantalla de un teléfono que solo persigue el saldo de tu cuenta, la venta sin más.
¿Cuál es la raíz del problema? Quizá las desiguales armas con las que se lucha en esta gran batalla tengan mucho que ver, y no solo por lo indicado sobre la casi esclavización de las grandes producciones asiáticas (entre otros lugares) o sus nulos controles medioambientales. Las administraciones permiten triquiñuelas fiscales a las grandísimas empresas mientras ahogan al emprendedor, al autónomo y al pequeño empresario con condiciones que no son iguales para todos, tanto a nivel estatal como de las demás esferas administrativas. No hay más que ver que se sanciona al pequeño comercio lucense por poner letreros luminosos en zona PEPRI mientras se siguen consintiendo groseras luces en la calle a las todopoderosas cadenas.
Pero no nos engañemos, no podemos reducirlo todo a un problema administrativo, tampoco ayudan los disparatados alquileres. Hay que reconocer el esfuerzo que han hecho algunos propietarios, que se han dado cuenta de que es mejor alquilar en 1.500 que no alquilar en 8.000, pero sigue habiendo quienes pretenden ganar mensualmente por un local lo que no podrían ingresar montando ellos mismos un negocio en ese espacio, y encima sin correr ningún riesgo.
Esto es una cuestión de todos y para todos, y solo así la podremos afrontar. No se trata de dar pena sino de pedir equidad. Que el pequeño comerciante pague un alquiler exagerado, unos impuestos asfixiantes y al mismo tiempo mantenga unos precios que compitan con quien no ha de afrontar ninguna de esas condiciones es injusto.
Se habla de la despoblación del rural, que es innegable, pero muchas veces nos olvidamos de que las ciudades también están cayendo en una espiral peligrosa ¿Qué será de las próximas generaciones? ¿Dónde van a trabajar y a disfrutar de su tiempo? Pensemos en el futuro al que nos estamos dirigiendo alocadamente, el del consumismo atroz de productos de usar y tirar enviados desde quién sabe dónde mientras nuestras calles van quedando vacías de vida. No se trata de hacer culpables sino de reflexionar… y solucionar.
Artículo publicado en El Progreso del 25 de febrero de 2020
Estimado Luís,
ResponderEliminarEu engadiría unha cousa máis: deberíamos facer que a cidade (as rúas, prazas, parques, edificios) fose máis acolledora, que a xente quixese estar nela máis que no sofá da súa casa ollando que mercar na pantalla do móbil.
Porque esas rúas quedan valeiras de vida porque non hai negocios, pero eses negocios tamén marchan porque as rúas non teñen vida... e esa vida danlla máis cousas que os propios negocios.
Podería comezarse por peonalizar coma é debido (véxase Pontevedra) en vez de tirar os cartos en parasois cutres como se pretende en Quiroga Ballesteros; en poñer xogos infantís (e non tan infantís, coma unhas canastras, zonas de boulder, de patinaxe, etc.), bancos, xardíns nas rúas, pérgolas, mesas con bancos, facer unha rede lóxica de carrís bici (e non fragmentos inconexos lonxe do centro), aparcadoiros estratéxicos e baratos/gratuítos; etc.
Nunha cidade así (con máis xente nas rúas que nas casas) os negocios tamén irían mellor.
Os culpables xa os coñecemos, agora so necesitamos que nolo deixen solucionar.