Vivimos una época extraña. Antes se nos vendía un elemental maniqueísmo
de “buenos y malos”. En las películas (que, nos guste o no son el mayor reflejo
cultural de nuestra sociedad) se diferenciaba claramente a los unos de los
otros, pero el público entendía que era una exageración y que la realidad es
diferente, y ni los héroes lo son a jornada completa ni los villanos ejercen
como tales de lunes a domingo. Sin embargo ahora estamos en una situación
inversa. Hasta el Joker es malo “pero no tanto porque es comprensible su maldad”
y en cambio en el mundo real la gente solo ve iconos absolutos para bien o para
mal.
El Rey Juan Carlos, Amancio Ortega, incluso Fernando Simón…
todos ellos comparten tanto defensores a ultranza que no admiten que se les
haga la menor crítica como detractores encarnizados que no ven nada bueno en sus
trayectorias. Es algo terrible, entender la vida como una película de los años 50
en que el malo se mesa la barba mientras ríe alocadamente en previsión de su fatídico
plan (que, por cierto, siempre le cuenta al bueno no sabemos por qué motivo, y
acaba metiendo la pata). Así no vamos a ninguna parte.
Nos encantan las cosas planas: simplifican la vida y ayudan
a situarse. El problema es que no son ciertas. Nadie es completamente bueno ni
completamente malo. Hasta Hitler, el ejemplo de cabecera que para mí representa
al mal absoluto, tenía un amor a los animales que le llevó a aprobar pioneras
leyes en defensa de éstos, normas que hoy representan el no va más de la
civilización. Lo que son las cosas.
Nuestra naturaleza humana nos hace contradictorios. Hasta en
temas en que supuestamente estamos convencidos presentamos comportamientos
ilógicos. Vemos a grupos que hace unas semanas se manifestaban contra el
Gobierno por falta de libertad (una libertad que estaban ejerciendo en ese
momento, dicho sea de paso), concentrándose denunciando que se autorizaron
concentraciones como el 8M que, según ellos, difundieron el coronavirus
enormemente, ¿no son contradicciones? Por otra parte los que criticaban a esos
concentrados porque ponían en riesgo la salud de todos (de hecho estaban deseando
que se contagiaran “para que aprendan” y difundieron noticias falsas sobre
repuntes causados por esas manifestaciones porque les habría encantado)
aplauden con las orejas las que se hicieron antes y las que se hacen ahora
contra el racismo…
Nadie parece tomar en consideración los hechos sino la
ideología que está detrás. Si usted quiere creer que el 8M fue un disparate
porque el Gobierno tenía información sobre lo contagioso de la enfermedad y el
peligro que suponía me parece lógico, pero entonces no se reúna en masa y sin
mascarilla con otra gente para protestar haciendo exactamente lo mismo que
critican. Si, por el contrario, piensa usted que no hay tanto peligro (sí, hay
quien lo piensa) y que es un riesgo aceptable reunirse para denunciar el
asesinato de un señor en la otra punta del planeta (ignorando las decenas de
miles de aquí, en las que no ve usted responsabilidad alguna) no se queje de
que los otros se manifiesten. Vamos, que seamos coherentes unos y otros. Y ya
si intentamos ver el punto de vista ajeno y evitar el “no tienen nada de razón
en nada” ni les cuento lo bien que nos iría.
Personalmente todo esto me da una pena terrible. Ese rollo
de que vamos a salir mejores de todo esto me parece que es un eslogan tan falso
como casi todos los eslóganes. Esta crisis ha sido un crisol en que hemos
quemado cosas, sí, pero no las malas sino las buenas, los pocos resquicios de
decencia que nos quedaban como sociedad, y hemos salido más egoístas, más
polarizados, menos empáticos y menos comprensivos que nunca. Nos estamos
convirtiendo en lo que jamás debimos ser: extremistas, radicales… entrando en
un peligroso juego en que un detonante puede llevarnos a revivir lo peor de nuestra
Historia.
La política actual lo envenena todo y nos está transformando
en seres de pensamiento único. Todo lo que dice El Partido es bueno, y todo lo
que dicen los demás es malo. Según quién gobierne en un sitio u otro se
califican los mismos hechos de forma contraria, porque lo único que importa es
trasladar un mensaje monolítico de “nosotros o ellos”.
La cuestión es ¿cómo cambiamos esto? ¿Quién ha de dar el
primer paso, la esfera política o la social? Pues siempre pensé que seríamos
los segundos, los de la calle, pero visto que a día de hoy la mayor parte de
las organizaciones civiles están compradas, apesebradas por la subvención y el
dinero público que usan de forma opaca, me temo que aunque sería el camino
correcto va a ser muy difícil que se emprenda esa senda. Tampoco podemos
esperar que la política sucia y rastrera de hoy le dé la vuelta a la situación.
¿Qué nos queda entonces? ¿Confiar en la prensa, que también
está alimentada de dinero público y que, salvo honrosas excepciones, apoya a
quien le paga las facturas y no a la Verdad a la que juraron lealtad? Difícil.
Sí, es posible que hoy la cosa sea muy negativa, pero es lo
que veo, qué quieren que le haga. Quizás entre todos deberíamos empezar a
cambiar las cosas en nuestra propia esfera, evitando creernos discursos
unilaterales y que no admiten fisura. Tal vez así poco a poco vayamos cambiando
las cosas, pero francamente, lo veo difícil.
Na novela 1984 de Orwell, o protagonista (Winston Smith) tamén di que "Se queda algunha esperanza, está nos proles" igual que vostede hoxe.
ResponderEliminarAquilo rematou mal.
Se cadra é mellor perder a esperanza porque así tamén perderemos o medo; e cambiar as cousas de vez, non pouco a pouco.