El encendido de la fuente y el título de Daniel. Fotos: La Voz de Galicia. |
Pero no podíamos menos que mantener algo, una cita por
pequeña que fuera, para hacer un homenaje a Daniel Romay, que es la persona a
la que se ha entregado el reconocimiento a toda una vida dedicada a la
hostelería, y también para llevar a cabo un pequeño recordatorio del San
Vicente para que la cosa no quedara sin referencia alguna. Vamos por partes.
Empezando por el tema de Daniel, pocas personas merecen ese
reconocimiento como él. Empezó a trabajar en los años 60, con tan solo 14 años,
como aprendiz en el Verruga. Hoy sería algo totalmente ilegal pero eran otros
tiempos y se veía como algo normal. Aprendió el oficio de la mano de mis
abuelos así que la vinculación personal con Daniel es muy grande y de hecho si
tenemos en cuenta que mi abuelo Cándido murió cuando yo tenía solamente 10 años
es justo reconocer que Daniel lo conoció mucho más que yo, lo que no deja de
darme una terrible envidia porque era un tipo realmente único.
Después Daniel se fue a hacer la mili (donde también ejerció
tanto en el propio cuartel como en el Hotel Meliá Castilla) y al volver a Lugo
regresó al Verruga, de donde salió a finales de los 70 para establecer su
propio negocio, la Taberna Daniel, que hoy sigue ahí y que pasa a manos de su
hijo Pablo.
Más de medio siglo de profesión, de una persona que además
se molestó en formarse, y mucho. Hizo cursos de todo tipo, de cualquier
contenido relacionado con la hostelería buscando siempre perfeccionarse en la
profesión, y después empezó a darlos él mismo, colaborando así en la mejora de
la preparación de las siguientes generaciones de hosteleros de Lugo.
Ahora se jubila y estoy seguro de que sabrá hacerlo. Les
parecerá una tontería pero no es nada fácil dejar la bandeja en un negocio tan
absorbente como el de la hostelería, y sobre todo si es uno que has montado tú
mismo. Renunciar a todo y marcharse a una jubilación no es tan sencillo como
parece, pero estoy seguro de que Daniel también seguirá en eso los pasos de mi
abuela y mis padres y sabrá disfrutar de la vida de otra forma a partir de
ahora.
Cuando en 2015 el Verruga echó el cierre alguien me dijo que
Daniel estaba pensando en coger el local. Me hizo una ilusión tremenda, y me
habría encantado que lo hiciera. Hasta estoy seguro de que habríamos permitido
que continuase con el nombre porque no es una persona ajena, sino alguien que,
a pesar de los años pasados, sigue siendo “de casa”. Lamentablemente no fue
así, pero las cosas vienen como vienen, y les confieso que fue una decepción
para mí saber que finalmente no salió adelante. Estoy seguro de que para Daniel
también fue un chasco porque creo que para él habría sido un orgullo regentar
el local donde empezó como aprendiz, un símbolo de su evolución basada en el
duro, durísimo trabajo de tantos años. En cualquier caso tiene algo más
importante: el cariño de los compañeros, el aprecio de sus fieles clientes y la
recompensa de que Pablo siga con una tradición que seguro que estará ahí
durante muchos, muchos años.
En cuanto al tema del “mini San Vicente”, les cuento que la
fuente en miniatura la hizo mi padre. Toda la vida le han gustado las maquetas,
aunque antes hacía barcos, pero hace un par de años se puso a hacer una
reproducción a escala de la fuente de las ranas, la de la plaza de la
Constitución, y cuando la terminó empezó a pensar en qué hacer a continuación. Nos
dijo que proyectaba meterse con La Cibeles, pero ahí sí que le pedí
directamente: “hombre, haznos el San Vicente”… y no lo pensó ni un segundo, se
puso a ello.
Tras verse en un apuro para conseguir las medidas exactas (que
le dio el arqueólogo del Ayuntamiento, Quique), se puso a ello y tras medio año
de trabajo ahí la tienen, echando vino como la de verdad.
Les confieso que no pensamos en usar la fuente para esto. La
idea original era que, si el Ayuntamiento se anima, la pudiéramos llevar a
FITUR para promocionar el casco histórico y la fiesta del San Vicente en esa
prestigiosa feria. Pero vino el coronavirus y nos fastidió el “Milagro” y como
casualmente la terminó hace unas semanas coincidió todo tan bien que la
utilizamos ayer para hacer ese recordatorio.
Así que gracias a mi padre tuvimos “mini Milagro”, y si todo
va bien podremos difundirlo en las ferias y allá donde vayamos, porque hasta es
fácil de transportar porque se desmonta. Está todo pensado (porque lo pensó él,
a mí no se me habría pasado por la cabeza).
Termino dando también las gracias a la Alcaldesa de Lugo,
Lara Méndez, que nos dio más relumbrón ayer en estos modestos actos, a los concejales
de los grupos municipales de Ciudadanos y el PP que también acudieron a la
convocatoria, a todos los amigos que nos vinieron a acompañar, al Restaurante
Campos por echarnos una mano con la intendencia y, por supuesto, a la APEC que,
con su habitual generosidad desinteresada a través de su Fundación Lucus
Augusti, nos ha prestado una parte de su local, y una magnífica ventana donde
se puede ver la fuente hasta el domingo.
Veremos si podemos hacer el Milagro como debe ser más adelante, pero en todo caso seguro que en 2021 la fuente de San Vicente volverá a manar vino.
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