Comilonum en la Muralla en el año 2.000 - Foto: La Voz de Galicia |
Se unieron a la organización los hoteles (por orden
alfabético tal y como se publicitó de aquella) Gran Hotel, Jorge I, Méndez
Núñez, Roma y Torre de Núñez y los restaurantes A Muralla, Alberto, Campos,
Caseta de Fidel, España, La Barra, La Palloza, Los Robles, Manuel Manuel,
Parrillada Antonio, Porta Santiago y Verruga.
Entre todos reunimos a 5.000 personas para hacer esta enorme
comida, y fíjense lo que son las cosas que quedó muchísima gente sin poder
sentarse porque no había más capacidad. 300 camareros atendieron las mesas, y
el despliegue de medios y de recursos fue tremendo. No es fácil montar cocinas
improvisadas al aire libre para tanta gente, y menos para quienes no teníamos
costumbre de salir a la calle y teníamos únicamente los recursos de nuestros
locales. Como anécdota les diré que mi madre hizo por primera vez en su vida
café “de pota” en la cocina que habíamos montado frente a la Muralla y, a pesar
de su nula experiencia con eso, le salió tan rico que todo el mundo repitió y
casi no llega la enorme cantidad que preparó. Las imágenes de tanta gente rodeando
la Muralla, junto a los libros que en aquel momento estaban puestos en el
monumento dieron, no sé si la vuelta al mundo, pero desde luego sí a toda
España.
Entonces, ¿por qué Comilonum no siguió? Se repitió un par de
veces más, cada vez con menor afluencia de público, y la última fue un
desastre, con unas enormes calvas en la Ronda que hacían que perdiera
totalmente su significado. Incluso en una ocasión el riesgo de mal tiempo hizo
que se trasladase todo a la Feria de Exposiciones, lo que acabó de cargarse el
asunto.
Comilonum no se volvió a repetir porque es una ruina, así de
sencillo. Los restaurantes que participaron perdieron un montón de dinero, y si
bien estás dispuesto a hacer algo así por un fin más noble (la primera comida
se organizó para apoyar la declaración de la Muralla como Patrimonio de la
Humanidad) lo que no vas a hacer es palmar pasta todos los años, y mucha.
Foto de portada de La Voz de Galicia al día siguiente de Comilonum |
Empezando por tener que cerrar tu restaurante si te coincide
un día de trabajo (que es lo normal porque se hacía siempre en domingo, un día
en que nadie de hostelería descansa) y dedicar todos tus esfuerzos a una fiesta
en la que vas a perder dinero. Sería una opción que se podría barajar si se
cobrase el cubierto cubriendo costes, pero dudo que la gente estuviera
dispuesta a pagar 40 euros por persona para ese tema.
Quizás el mayor error fue repetirlo. Comilonum debió quedar
como lo que se suponía que tenía que ser, una fiesta excepcional para un
momento excepcional. Una unión sin precedentes de una ciudad para lograr un fin
que se consiguió. Flor de un día que quedaría reflejada en las imágenes que hoy
recoge la hemeroteca. Sin embargo el recuerdo es agridulce, porque se siguió
haciendo y entró en lo peor que puede pasar a este tipo de actos: la
decadencia. El último año la organización aseguraba que había 3.000 comensales
lo que, incluso siendo cierto, es prácticamente la mitad del primer año.
¿Se podría volver a hacer? Sí, por poder claro que se
podría. Evidentemente al pasar todo este terrible momento de la pandemia. Quizás
para celebrar precisamente ese momento, o incluso en un Arde Lucus se juntaría
la suficiente masa crítica como para conseguirlo, pero la parte económica será
la más difícil de superar.
Mientras tanto nos queda ese precioso recuerdo, el de una fiesta que nos unió para luchar juntos por nuestra Muralla.
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