Una vez más asistimos a esta estrategia de inauguración a
bombo y platillo y olvido al día siguiente. Ni se repone lo que se rompe, ni se
replanta lo que desaparece, ni se hacen las cosas con un mínimo sentido común.
Ahora resulta que el Ayuntamiento va a regalar cientos de
árboles a quienes se apunten a una revista online que van a publicar (se ve que
no le auguran un éxito excesivo y prueban la táctica de los coleccionables de
RBA, a ver si así), pero no se les ha pasado por la cabeza utilizar seis de
ellos para reponer los de esta calle, que es otro canto a la modernidad mal
entendida del urbanismo lucense de las últimas dos décadas.
La antigua Calle San Marcos, que hoy podríamos llamar plaza,
O Cantiño, el tramo peatonal de la Ronda entre Aguirre y Campo Castillo, el
callejón de Santo Domingo, la nueva plaza de la Milagrosa, la propia calle Soto
Freire… todo ello son desiertos de hormigón, duros, inhóspitos, fríos,
desangelados… espacios que podrían haber sido rincones encantadores con
árboles, pequeños jardines, césped… lo que uno ve cuando viaja un poco y se
sorprende doblando una esquina de París y encontrándose con un pequeño jardín
particular pero abierto al público, o un pequeño espacio de Florencia
habilitado para que te puedas sentar a la sombra de un árbol y beber de una fuente.
No hace falta siquiera complicarse tanto, son cosas sencillas, pedestres.
Pero parece que ese neopaletismo que impera en Lugo hace que
se huya de todo lo natural, lo verde y se pirren por espacios hormigonados. Se
nos vende una imagen de ecología, construyendo un barrio innecesario a espaldas
de una ciudad en la que se escapa de cualquier rastro de naturaleza, cosa
chocante donde las haya.
Y así seguimos, pasmados, viendo cómo ese único y triste
árbol superviviente de la calle Soto Freire se ve acompañado por la única
naturaleza del verdín que va trepando por los muros de la cárcel, ya que la
falta de mantenimiento también afecta a eso.
Eso sí, damos conferencias por el mundo de lo ecológicos que somos. En fin…
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