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jueves, 9 de septiembre de 2021

Las falsas denuncias existen, la presunción de inocencia... no tanto

“Es un ataque homófobo de libro”, “el muchacho está aterrorizado, con unas crisis de ansiedad brutales”, “la víctima estaba en shock”, “los investigadores le dan total veracidad a su relato de la agresión”… Todas estas frases se referían al supuesto ataque a un chico en el barrio de Malasaña de Madrid, agresión que no tuvo lugar y que simplemente fue un encuentro enmarcado en una relación sadomasoquista que quiso ocultar a su pareja.

Más allá de la condena a la imbecilidad de este chaval, hay tres importantes lecciones que debemos aprender de este suceso y que son difíciles de rebatir pero que estoy seguro de que no calarán en esta sociedad de la apariencia en que vivimos:

  1. Una acusación no es una prueba ni una realidad, a pesar de que cuanto más repugnantes es el delito más tendemos a creérnoslo y a buscar un culpable.

  2. El circo mediático del que todos somos cómplices se monta sin ningún tipo de prueba ni investigación. La mera palabra de una presunta víctima es suficiente para movilizar a la prensa, ministros, e incluso al Presidente del Gobierno, que han hecho un ridículo espantoso con el mantra del “por si acaso”.

  3. La presunción de inocencia implica poner en duda el testimonio de las víctimas sin que eso suponga un menoscabo a su dignidad ni a su sufrimiento. Es terrible, por supuesto, pero la alternativa es peor. En un Estado de Derecho mientras no haya condena una persona es inocente, y una acusación no es más que eso, no un hecho.

  4. Una falsa denuncia no puede ocultar la realidad de otros delitos lamentablemente reales. Esto no puede servir a nadie de excusa para inventarse estadísticas de falsas acusaciones.

Es muy duro asumir que una persona pueda mentir sobre algo así, pero ya ven que sucede. Por eso siempre me ha parecido un disparate condenar a una persona por la palabra de otra sin más prueba adicional, y eso pasa. Si el testimonio se considera “creíble”, como el de este muchacho de Madrid, es base suficiente para un proceso e incluso una condena. Y así pasa lo que pasa.

Las falsas denuncias como ésta suponen un porcentaje ínfimo según nos cuentan, pero eso se lo explican al condenado que no ha roto un plato y que se ve metido entre rejas porque alguien ha decidido hundirle la vida. Basar este tema en una cuestión de estadísticas (enchironamos a pocos inocentes) es una barbaridad que nuestros legisladores han avalado contra toda lógica, siguiendo la estela de los informativos sensacionalistas y las palabras grandilocuentes de los discursos populistas.

Yo lo viví, quizá por eso estoy tan concienciado. En mi caso no llegó a ser una denuncia formal, una chica fue a ver a mis padres y me acusó de una agresión que no pude cometer entre otras cosas porque ni siquiera estaba donde ella decía (y afortunadamente lo pude demostrar). Un día les contaré la historia (creo que nunca la he relatado en este blog) que se debió a una simple confusión de identidades: le dijeron que su agresor era yo, pero no tenía nada que ver, y cuando me vio ya dijo que no, que no era yo… pero, ¿y si por vergüenza o por no reconocer su error se hubiera mantenido en sus trece? ¿Y si yo no hubiera podido demostrar que era físicamente imposible que estuviera donde ella decía? ¿Y si este tema hubiera salido en todos los medios de comunicación sin posibilidad de corrección? Siempre ponen en portada la acusación y en página 28 la exoneración. Probablemente mi vida habría sido muy diferente.

Las denuncias sin pruebas, no son más que eso: acusaciones, nada más. No actúen como si fueran hechos porque hay gente muy mala, tanto los que sí cometen esos delitos como los que acusan falsamente a otros de cometerlos.


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