Joaquín García Díez en una intervención en el Congreso |
Cuando en el año 2009 Joaquín García Díez dejó la política local, La Voz de Galicia tituló la noticia “Se va el caballero de la política lucense”, que he “robado” para este artículo. Ayer, Joaquín anunció que no se presentará como candidato a la reelección como Diputado Nacional en el Congreso, poniendo punto y final a su etapa en política activa como representante de los lucenses. Su acto es un gesto que le honra pero que a nadie que lo conozca le puede extrañar. Mientras otros en su situación, con una posible victoria a las puertas, andarían a cuchilladas para repetir en el Congreso, él da un elegante paso atrás para facilitar la renovación.
Tengo el honor de contar a Joaquín entre mis amigos, pero antes que eso ya lo respetaba y admiraba, como tantos vecinos de Lugo. Su etapa como Alcalde fue sin duda la más brillante de nuestra ciudad, y supuso un antes y un después que nos llevó a presumir de Lugo como jamás lo habíamos hecho. Nuestra ciudad comenzó a ser conocida y la campaña encabezada por Joaquín para que la Muralla fuera declarada Patrimonio de la Humanidad cristalizó a los pocos meses de dejar él mismo la alcaldía, un grave error cometido por el PP y que supuso que no volviesen a pisar el gobierno local desde el siglo pasado.
Trabajé con Joaquín directamente durante dos años y medio, desde 2007 a 2009, y tengo que decir que jamás había disfrutado tanto de una profesión. Estuve como asesor suyo en su etapa municipal en la oposición, y de aquella surgió nuestra amistad, cuando él vio que yo le decía lo que pensaba realmente, al margen de que le diera o no la razón, y yo vi que él apreciaba esa sinceridad y me daba una libertad de opinar que lamentablemente no es frecuente, y menos en política. Bien es cierto que en la mayoría de los asuntos coincidimos muchísimo, pero creo que nunca había tenido un jefe que no sólo recibiera opiniones ajenas con tanta normalidad, sino que fomentaba ese intercambio de ideas, algo que debería ser habitual.
Como diputado ha peleado con propios y ajenos para pedir reiteradamente la mejora de las comunicaciones de Lugo, fijándose especialmente en la marginación que sufrimos en cuanto a ferrocarriles, e incluso resultaba incómoda para los “gobiernos amigos” su insistencia en dotar a nuestra ciudad de una frecuencia de trenes razonable. Conociéndolo, probablemente sea la cuenta de su “debe” que más tiene presente, porque por muchas iniciativas que presentó no logró que fueran atendidas más que puntualmente (se pusieron frecuencias que pidió pero que nuevamente ya no existen), posiblemente por la falta de respaldo de los propios interesados, ya que, sorprendentemente, las instituciones locales no avalaron sus pretensiones, o al menos no como debieran.
Sin duda alguna es uno de los grandes protagonistas de la política lucense de las últimas décadas, y me atrevería a decir que es el último representante de una forma de entender lo público que está en desaparición: la de los debates argumentados, los razonamientos abiertos, el intercambio de pareceres e incluso el apoyo a los proyectos ajenos si considera que son buenos para Lugo. Y no sólo hablamos del momento de votar, sino en la gestión de las cosas y el día a día, que es mucho más importante.
Cometeríamos un error como ciudad si dejásemos a Joaquín marcharse a su casa sin más. Su experiencia, personalidad y talante son un activo importantísimo para Lugo y confío en que se cuente con él para algún tipo de órgano consultivo o de reflexión que sin duda alguna sería positivo para todos. No me pregunten cuál porque no tengo ninguno en mente y no sé si lo hay, pero si no existe, se crea.
Otra opción, adicional que no sustitutiva y para la que me pongo a su disposición como editor, es la de escribir unas memorias que, estoy seguro, serían interesantes e incluso divertidas, y que darían muchas claves para entender lo que ha pasado en Lugo en estas décadas de la mano de alguien que no sólo lo ha vivido, sino que lo ha protagonizado.
Como amigo, pero sobre todo como lucense, sólo puedo decir que echaré de menos en la vida pública a quien sin duda alguna se ha ganado el título que le dio La Voz de Galicia y que mencionaba al inicio del artículo: el caballero de la política lucense.
Necesitaríamos más “joaquines”.
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