El verano toca a su fin. Volvemos a casa, al trabajo, al cole… recuperando esa normalidad que en gran parte hemos aprendido a apreciar tras la experiencia de hace ya cuatro años, ¡cómo corre el tiempo!
Personalmente, desde la muerte de Ducki en enero, mi querido labrador, las cosas han sido extrañas y las vacaciones no podían ser menos. De hecho se ha notado más aún porque ese tiempo podíamos dedicárselo con más intensidad y por lo tanto el hueco es aún más grande.
Hemos vuelvo a viajar, y ha sido fantástico, aunque realmente preferiría “tener” que quedarme en esta zona y poder disfrutar más tiempo de su compañía, pero la vida es así de puñetera y si bien se pasa una parte dándote mucho, el resto se dedica a quitártelo todo.
Este año es el de las primeras veces sin Ducki, y se hace cuesta arriba. No creo que el próximo la cosa mejore mucho, visto lo visto, pero aunque siempre sospeché que la pena sería grande no me imaginé que sería tan profunda, tan intensa y tan duradera.
Hay que superarlo, no queda otra, pero la cosa va tardando.
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