La iluminación antigua de la Muralla y la nueva. Quizá ni tanto ni tan calvo... |
Antes de entrar en el tema de hoy me gustaría aclararles por qué no voy a hablar del que todos tenemos en la cabeza: el asesinato de Cristina Cabo. La investigación está abierta a todas las posibilidades imaginables y hay secreto de sumario, así que hablar de eso lo único que serviría es para dar palos de ciego, difundir teorías o paranoias y darle vueltas a algo en plan sensacionalista sin saber qué demonios ha pasado. Lo único que se puede decir a día de hoy es que es increíble que el ser humano siga siendo tan sumamente repugnante como para llegar a esto. Poco más puedo añadir por el momento.
El viernes pasado Rubén Arroxo me invitó a participar en una jornada sobre iluminación urbana que se celebró en la Vieja Cárcel, organizada por el Comité Español de Iluminación con la colaboración del Ayuntamiento de Lugo.
Se hablaba de temas de mucho interés como la protección del paisaje nocturno, incluida la importancia de poder ver las estrellas sin el exceso de contaminación lumínica, y del alumbrado con perspectiva de género, algo que si les soy sincero me parece una bobada porque de lo que realmente se habla es de alumbrado con perspectiva de seguridad ciudadana. Los mismos principios que rigen para ayudar a evitar una violación si no hay sombras funcionan para un atraco, por poner un ejemplo, independientemente del sexo de la víctima o el agresor.
Las personas que me precedieron en la charla hablaban de la necesaria regulación de la iluminación de las ciudades, ya que entienden que no sólo hay un despilfarro energético bestial, sino también una cacofonía de luces que en ocasiones en lugar de conseguir un aspecto armonioso logran una orgía de bombillas y brillos que en ocasiones ocultan lo más relevante de las ciudades.
El problema, tal y como les intenté transmitir, es que cada vez que hablamos de regulaciones es para echarse a temblar, porque siempre cargan sobre los mismos: los particulares. No hay que ir muy lejos para ver que en la actualidad hay una normativa que obliga a apagar los escaparates a las diez de la noche (algo que nadie cumple porque han desistido de hacerla obedecer, lo que también es preocupante porque es arbitrario) mientras que en Vigo se presume de usar millones de bombillas como atractivo turístico… que encima funciona.
Esto último me lo discutió un señor del público, que me decía que el modelo “no era exitoso”. Pues verán, no les gustará el modelo, a mí tampoco me hace la menor gracia porque es el ejemplo más palpable de dispendio público en contra de una situación de crisis energética como la actual, pero no podemos negar que está funcionando y si no me creen busquen un hotel en Vigo para este puente o para cualquier fin de semana de ahora a fin de año y después hablamos. Yo mismo, que jamás he ido a ver las luces de esa ciudad, este año puede que vaya porque me coincide que unos amigos tienen allí un apartamento esta temporada y nos han invitado, y qué quieren que les diga, tengo mucha curiosidad. Por lo que sea, el modelo está funcionando, y aunque haya quien se queje del ruido también pasó lo mismo en Lugo, donde unos vecinos del parque de Rosalía se fueron al juzgado porque les molestaban las barracas…
Pero no sólo esa “moderación lumínica” es difícil de entender cuando se obliga a los locales a apagar las luces, sino que a la hora de presumir de monumentos es poco entendible por el gran público. Por ejemplo, la Muralla Romana de Lugo fue iluminada en los años 70 con un sistema que funcionaba de maravilla. Tenía sus fallos (por ejemplo ilumina más los lienzos que los cubos) pero el efecto es magnífico.
Ahora, sin embargo, se va sustituyendo aquella gran iluminación por unas farolas (perdón, “proyectores”, que luego me riñen) que además de espantosos y ser un puñetazo en un ojo (en todo caso mucho más agresivos a la imagen de la Muralla que los discretos proyectores subterráneos de los 70) iluminan más bien poco y tenemos nuestro principal monumento en penumbra.
No me entiendan mal, seguro que es más ecológico, pero quizás haya otras formas de ahorrar, como por ejemplo encendiendo menos horas o cambiando el tipo de luminarias por otras led, que por lo visto es la panacea… pero veo que otras ciudades mantienen la iluminación de sus monumentos con cierta potencia aunque, como por ejemplo la Torre Eiffel, ya no los mantengan toda la noche encendidos. En todo caso, si quisieran ser ecológicos de verdad no habría ninguna iluminación, porque la sostenibilidad no puede aceptar alumbrar artificialmente un muro de más de dos kilómetros, pero hasta ahí no llegan tampoco.
Ya no se trata de ese eterno debate entre economía y sostenibilidad, sino en buscar fórmulas adecuadas para lograr lo segundo sin cargarse necesariamente lo primero. Entiendo que no es fácil, pero poner todo en penumbra dudo que sea un arreglo razonable, sobre todo si buscamos ser un punto de atracción turística.
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