miércoles, 19 de junio de 2019

Álvaro Santos, víctima de la pirámide

En todo partido político lo que cuenta es quién está en la cúspide de la pirámide. Todo lo demás es irrelevante.
Álvaro Santos ha dimitido como secretario de los socialistas lucenses, y reconozco que la noticia me ha sorprendido mucho. No lo he tratado demasiado pero lo poco que lo he hecho me ha parecido una persona práctica, resolutiva y decidida. También les puedo decir que tuvimos un desencuentro no causado por él ni por mí sino por circunstancias sobrevenidas originadas por terceras personas y sin embargo ha seguido siendo amable y correcto, que es muchísimo más de lo que se puede decir de la inmensa mayoría de nuestros mandatarios. Vamos, que no tengo mala impresión de él en lo poco que lo conozco.

Su dimisión me ha parecido chocante porque lo tenía por alguien ambicioso, sin darle tintes peyorativos al término. La aspiración de lograr hacer cosas, el anhelo por mejorar la sociedad en que vives se ve como algo negativo porque se asocia siempre a un intento de autopromoción personal, pero no siempre es el caso, y desde luego dar un paso atrás en lugar de marcarte el segundo capítulo del “caso Martínez” en tu propia casa demuestra que pones el interés común de tu agrupación por encima del particular, que ya es algo digno de valoración. Santos dimite y probablemente su caída arrastre la de Darío Campos al frente de la Diputación, a pesar de haber mantenido la plaza y de haber tenido unos resultados muy buenos en las urnas a nivel global. La política de partidos, esa perra traidora.

¿Qué pasará ahora? No tengo ni idea. Probablemente Tomé logre la presidencia de la Diputación de Lugo y los ciudadanos, meros espectadores en una elección en que no intervenimos, tendremos que aclimatarnos al nuevo escenario elegido por unos pocos. El tema no es ya que gobierne o no la lista más votada, sino que va a hacerlo una fracción (o una facción si prefiren) de la segunda. La que manda el partido, que es quien realmente tiene la sartén por el mango.

Los criterios de capacidad, eficiencia, profesionalidad, e incluso los resultados en las urnas son irrelevantes en la lucha por el poder en el seno de los partidos políticos. Da exactamente igual que uno triunfe o que fracase ante el electorado porque lo único que importa en la férrea pirámide del poder interno es la fidelidad indiscutible al líder. El líder nunca se equivoca, el líder jamás mete la pata, el líder es sabio e infalible y todo aquel que ponga en duda esos axiomas ha de ser purgado.

El problema es cuando se produce una elección interna y hay que decantarse por uno u otro aspirante al bastón de mando. Si te toca mojarte tienes que apostar todo a una carta y muchas veces quien ve peligrar su único sustento (los puestos elegidos dedocráticamente) ha de taparse la nariz y decantarse por quien cree que va a ganar, y no necesariamente por quien cree que es mejor para el conjunto, lo he visto demasiadas veces como para dudar de esta verdad universal.

Supongo que muchos están pensando “pues ya les vale”, pero somos todos los que estamos consintiendo que esto sea así. Además, pónganse en su piel por un momento. En infinidad de ocasiones hablamos de personas que salen de la nada y de repente gozan de un sueldo envidiable y, lo que es más atractivo para algunos, el poder de manejar las administraciones a su antojo sin más obligación que hacer notas de prensa que justifiquen día sí día también sus inutilidades y sus cambios de criterio, y les funciona. Se ven rigiendo los destinos de sus vecinos, pudiendo beneficiar a sus amigos y fastidiar a sus adversarios, vengándose de todas las afrentas reales o ficticias que hayan recibido y mandando sobre personas que, esas sí, aprobaron una dura oposición tras sacar una carrera y sumar más años de estudio para lograr su puesto y tienen muchos más conocimientos y experiencia que ellos, pero que se han de someter a sus mandatos, y eso mola, es la revancha del mediocre, el triunfo de la medianía disfrazada de democracia. Es gente que no conoce más profesión que la del sueldo público no logrado por oposición, y, por lo tanto, frente a la obediencia ciega no tienen más futuro que la fría calle, así que es muy complicado que su dignidad supere a su afán de supervivencia y elijan la coherencia o la nobleza frente al poder y el sueldo.

No entiendan que todo esto lo aplico al PSOE, en todas partes cuecen exactamente las mismas habas y sin excepción todos los partidos funcionan así. “El que se mueve no sale en la foto” decía Alfonso Guerra para poner por encima de cualquier otra cosa al Partido al que le debían todo. Y así seguimos.

Y la culpa es nuestra, que somos los que lo consentimos.

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