Cumulum y Comilonum. Es curioso que de iniciativas tan populares no haya imágenes de calidad en Internet... (al menos no las he encontrado) Foto: La Voz de Galicia |
Cumulum fue una iniciativa de la pregonera de este año del San Froilán, Luz Darriba, que logró atraer la atención de medios de comunicación nacionales e ilusionó a los lucenses porque podían participar en una forma directa de reivindicar la Muralla como Patrimonio de la Humanidad, algo que se logró gracias a muchísimas personas e instituciones, con el alcalde que tramitó todo el expediente, Joaquín García Díez, a la cabeza y la intervención decidida de Manuel Fraga y de la Casa Real, que apostaron y se implicaron en alcanzar dicho reconocimiento.
Cumulum es una de esas cosas que está mal visto criticar, porque a todos los que pusimos libros, los embolsamos o pusimos aquellos ganchitos de alambre en la cerca de metal que rodeaba el monumento nos parece un insulto poner en duda el éxito de la iniciativa. El resultado está ahí: fotos que se vieron por todas partes y el reconocimiento de la Muralla como patrimonio.
Sin embargo, también es la metáfora perfecta de cómo funciona Lugo, y tal vez no sólo nuestra ciudad sino, cada día más, nuestra sociedad: el triunfo de la forma sobre el fondo, de la foto sobre el contenido, del relato sobre la realidad.
La mayoría de los lucenses de cierta edad recordamos los libros rodeando la Muralla, y quienes no lo vivieron tienen ahí las fotos para atestiguarlo. Lo que ya tengo mis dudas es que recuerden cómo muchos de los libros “buenos” fueron robados, cómo se rellenaron los huecos con libros de esos que nadie lee (“informe anual sobre la cuenta de resultados del Ayuntamiento de Matalascañas” o similar), y cómo los que quedaban se recogieron a un contenedor y se destruyeron una vez terminado el “sarao” porque la lluvia los estropeó todos. Las bolsas de plástico estaban agujereadas con los enganches y les entraba agua.
Sacrificar 700.000 libros en que se cifró la recopilación de ejemplares, para hacer unas fotos y después convertirlos en basura es una alegoría de nuestra sociedad. Si se hubieran quemado las protestas del mundo de la cultura se elevarían al infinito por el simbolismo de su combustión, pero fue todo mucho más discreto: no hubo hoguera con esvásticas, hubo contenedores de basura, que son mucho menos llamativos y fotogénicos.
Se suponía que, una vez terminada la iniciativa, los libros se destinarían a ayudar a alfabetizar a la población desfavorecida del mundo, pero no fue así. Acabaron sus días en casa de los amigos de lo ajeno o destruidos. Incluso se dice (no sé si es cierto) que algunos de ellos se usaron para hacer una esfera de libros que había en la entrada de la “Ciudad de la Cultura” de Santiago (el famoso Gaiás), algo que me parece un auténtico disparate porque si hay algo anticultural es destruir un libro, no digamos centenares o miles.
Libros destruidos en la entrada de la Ciudad de la Cultura... en fin... |
Es lo que somos ahora: la foto. Da igual el fondo, sólo importa la imagen, el qué dirán, el relato de éxito… independientemente de lo que haya detrás.
Los lucenses recordamos el Cumulum como algo magnífico, y realmente lo fue en cuanto a imagen, pero al mismo tiempo no puedo evitar la tristeza de sacrificar la ilusión y el esfuerzo de tanta gente en destruir cultura porque eso fue lo que se hizo.