jueves, 20 de octubre de 2016

No hay necesidad - por Miguel Olarte

Como por lo que se ve soy de los "malos" que quieren "acabar con el San Froilán" por poner sobre la mesa los errores y meteduras de pata (siendo suaves) del Ayuntamiento en la organización de la fiesta, hoy me voy a limitar a reproducir un artículo que sigue la tradición "post festiva" de intentar ridiculizar las cifras arrojadas por las autoridades relativas a la afluencia de la fiesta.

Está escrito por Miguel Olarte en su Blog de El Progreso "Barra Libre", que creo que no es sospechoso de ser de derechas ni esas cosas.

Se titula "No hay necesidad", y yo no lo habría dicho mejor.


"HACER EL imbécil no es malo per se. A veces, es incluso sano, altamente recomendable. Y, si se hace a conciencia y en el momento apropiado, puede resultar divertidísimo. Yo mismo hay días que llego a casa con la sensación de no haber hecho otra cosa que el imbécil y tan satisfecho de mí mismo, embebido en mi propia inconsciencia.

Razones para hacer el imbécil las hay a puñados, algunas justificadas por sí solas. Lo que ya no tiene tanta justificación es hacerlo sin razón y, sobre todo, sin necesidad alguna, más que nada porque se corre el riesgo de que los demás piensen que no estás haciendo el imbécil, sino que lo eres.

No veo la necesidad, por ejemplo, en esa costumbre tan asentada en nuestro Ayuntamiento de salir a valorar el éxito de cada Arde Lucus o cada San Froilán en función del tamaño de la aglomeración que se haya formado. Han establecido incluso cifras estándar para esta ridícula ceremonia del balance: en torno a 500.000 para un buen Arde Lucus, que solo son cuatro días, y unos cuantos miles más para cualquier San Froilán que se precie. Este año, ha dicho el Ayuntamiento, han sido 600.000, una cantidad previsible que incluso el propio Concello había avanzado antes de que empezara el jolgorio, por la sencilla regla de tres de que si el año pasado contó 570.000, este tenía que ser algo más porque había que cumplir expectativas.
Razones para hacer el imbécil las hay a puñados. Lo que ya no tiene tanta justificación es hacerlo sin razón y, sobre todo, sin necesidad


Dice 600.000 como puede decir seis millones, una cifra, en cualquier caso, descabellada para cualquiera que, por lo que sea en ese momento, no quiera hacer el imbécil. Por comparar, las cifras oficiales de visitantes para los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro se mueven entre los 845.000 y los 1,17 millones, según las fuentes que se consulten. Repito: agosto, quince días, Río de Janeiro, Juegos Olímpicos. Aquí mismo, a un paso, Pamplona: en torno al millón de personas en los Sanfermines, la fiesta más famosa y populosa del mundo, tal vez solo en competencia con el Carnaval del Río de antes.

Cabría pensar que Lugo encarga los números de las patronales a los mismos que hicieron los de Bankia para su salida a Bolsa, pero tampoco lo sabemos, porque el gobierno local nunca ha aclarado cómo llega a esas cifras. Pero ya vamos teniendo una idea, que es bastante aproximada a esto: diversos funcionarios y empleados municipales (Policía Local, Protección Civil...) van realizando estimaciones de asistentes a los diferentes actos que se organizan así como de las personas que cada día pueden visitar el ferial, las casetas o, sencillamente, pasear por el centro o tomarse algo en los vinos; luego los políticos cogen todas esas cifras y suman, día tras día, hasta completar la cantidad previamente fijada como barómetro indiscutible de éxito.

Un ejemplo práctico: una pandilla de seis amigos sale un día de San Froilán, quedan por la tarde para tomar algo en los vinos, antes de ir al concierto de Loquillo; luego, se dan una vuelta por el ferial hasta que llega la hora de la reserva que han hecho para cenar en las casetas del pulpo; cuando acaban, regresan hasta el centro para botar un pé en la verbena de la Praza Maior y acaban la noche con unas copas por Clérigos.

El San Froilán ha sido un éxito por lo mismo que lo fueron todos los sanfroilanes exitosos: porque ha habido buen tiempo

En estas circunstancias, es probable que cada uno de ellos haya sido contabilizado cinco veces esa tarde-noche, y nuestra cuadrilla de seis personas se haya convertido en treinta para el recuento oficial. Si alguno de ellos, o todos, vuelven a otro concierto o a otra verbena u otro día al ferial o a cualquier otro acto festivo, volverá a ser añadido a la suma tantas veces como sea preciso. Y así, doce días, los mismo niños, que jóvenes que adultos, igual el de Albeiros que el de Alcorcón, todos en la misma columna del balance, hasta el ridículo objetivo final.

Este año, para completar la pirueta, nuestras autoridades han tenido el alarde de convertir los participantes en dinero: si han pasado por aquí 600.000 personas, creen razonar, y cada una ha gastado una media de veinte euros, el San Froilán ha supuesto un negocio de doce millones de euros para la ciudad. Ríete tú de los de Bankia.

Y todo esto para nada, sin ninguna necesidad. El San Froilán 2016 ha sido un éxito evidente, más allá de los gustos o las fobias de cada uno. Eso se veía en las caras de los feriantes cuando vaciaban las cajas de sus atracciones, en las colas de las churrerías, en la locura de los camareros sobrepasados, en las plazas rebosantes para Loquillo, para Abraham Mateo o para Carlos Núñez, en los problemas para encontrar un restaurante en el que cenar. Y sí, también en la gente apelotonada a ritmo de paseo, incluso en aquellos que no tuvieron quien los contase. Y, sobre todo, el San Froilán ha sido éxito fundamentalmente por lo mismo por que lo fueron todos los sanfroilanes exitosos: porque ha habido buen tiempo durante todas las patronales.

Se trata de la fiesta más consolidada del otoño gallego y quizás también la más popular y participativa. Como una de sus benditas rarezas exhibe que todos los conciertos son gratuitos y que, pese a ello, hay que estar muy cruzado para que no te apetezca ir al menos a un par de ellos, aunque no se trate de primeras figuras del momento. Y se ha conseguido un nivel de animación callejera bastante notable para el presupuesto que se maneja, nada desorbitado y reunido en gran parte con los ingresos que genera la comercialización de las propias fiestas.

Son puntos más que suficientes, creo, para que un Ayuntamiento se permita presentar un balance muy aseado sin necesitar la imbecilidad de unas cifras insostenibles y ridículas. Más que nada porque puede que cualquier año puede suceder que con las mismas o mejores actuaciones gratuitas, con el mismo o mayor esfuerzo, una semana de lluvia vacíe los balances. Y entonces, a ver con qué nos medimos el éxito."
Artículo de Miguel Olarte publicado en El Progreso del día 16 de octubre de 2016

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