jueves, 23 de abril de 2015

El que esté libre de pecado...

La Unión Europea, esa insensible organización montada de arriba a abajo y en que la ciudadanía elige un Parlamento que recuerda a los de las monarquías absolutistas (porque está ahí de convidado de piedra), dice que hay que poner el ojo en los repartos de beneficencia, que hay mucha cara dura y que la gente que no lo necesita se mezcla con la que sí.

Sobre el asunto de la falta de corazón de nuestros líderes de Bruselas les recomiendo vivamente la lectura del artículo de esta semana de Joaquín García Díez, titulado “Sentir vergüenza”, que no tiene desperdicio.

Certificado de pobreza de 1931
Foto de www.todocolección.net
Pues a lo que íbamos, resulta que nuestros próceres exigen ahora un “certificado de pobreza”, aunque ahora ya no se llama como en los años 40 sino que es un “informe social de las necesidades de los beneficiarios”, que viene a ser lo mismo pero con un lenguaje más cargado de bombo, y políticamente correcto que satisface a los “miembros y miembras” de las altas instituciones. Nota al margen: como sigamos usando lo de “miembras” en plan coña vamos a conseguir que la RAE lo meta en el diccionario, como “cocreta”, así que ojito.

Lo triste del berenjenal que supone esa medida, que no es otra cosa que burocratizar la desgracia aún más, es que probablemente tenga sentido, porque hasta los servicios sociales y las asociaciones benéficas que se encargan del reparto de comida entre familias sin recursos asumen que hay un porcentaje, por pequeño que sea, de rostros de cemento armado que van con la bolsa a por arroz y aceite mientras tienen varios pisos alquilados en negro.

Caridad es una palabra que no gusta y no entiendo por qué. Puedo comprender que es una situación difícil y que debe ser un complejo trago tener que llegar a eso, a ir a buscar alimentos porque no puedes comprar ni siquiera pasta y tomate. Pero la caridad es un sentimiento positivo, que implica la ayuda desinteresada a quien lo está pasando mal, por mucho que hablemos de derechos que la administración no puede cubrir porque está muy ocupada inventando trámites.

Y no sólo hablamos de repartos de alimentos. Les voy a poner un ejemplo concreto. En Lugo la Policía Local estaba en la Plaza de la Constitución y ahora está en San Fiz, allá donde Cristo perdió el gorro. Pues bien, esto no tendría incidencia alguna si no fuera porque para dormir en el hogar del transeúnte, que está en la ronda de la Muralla (en el hogar de Santa María) hay que pedir un papel en la policía. ¿Se imaginan ustedes el panorama para una persona sin recursos, y quizás con problemas de movilidad, que tiene que ir hasta el quinto infierno a por un papel para volver otra vez a dormir al centro? Porque como comprenderán si duerme allí probablemente no tendrá coche en que ir a por el papel ni dinero para pagar el autobús.

Pues eso también es falta de caridad. No pensar en quienes tienen necesidades.

Últimamente nos basamos en verdades que escuchamos en series de televisión, pensadas por guionistas, y nos las tomamos en serio. Pero es que en ocasiones reflejan la realidad. No me saco de la cabeza una de House en que decía que “hay un imperativo evolutivo por el que nos importa nuestra familia y amigos, y hay un imperativo evolutivo por el que no nos importa una mierda nadie más. Si amáramos a la gente indiscriminadamente no podríamos funcionar". Es una frase cínica, cargada de autocomplacencia y de egoísmo… pero que contiene suficiente verdad como para que la descartemos como una ocurrencia.

¿De verdad estamos concienciados? ¿De verdad nos importan los cientos de muertos del Mediterráneo? ¿Tanto como para empeorar nuestra vida un ápice y hacer algo, además de meter una moneda de las pequeñas en la hucha de turno? ¿Compartir en Facebook la noticia y rasgarnos las vestiduras es suficiente? ¿O simplemente es una tirita para nuestra adormecida conciencia?

Acumulamos en nuestras casas ropa que no usamos “por si se pone de moda otra vez”, y cuando la llevamos a Cáritas en vez de al contenedor nos damos por satisfechos, cuando no es más que una forma de deshacernos de lo que no queremos.

El mérito está en compartir lo que sí queremos. No seré yo el que se erija como santo varón, soy el primero en reconocer que no hago ni una fracción de lo que podría… pero si les soy sincero no sé ni por dónde empezar, lo cual no deja de ser otra excusa.

El que esté libre de pecado...

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