El horrendo bolardo de Rúanova y las inapropiadas separaciones de Teatro. Dios está en los detalles, pero Lugo no. |
Roma es, de las que conozco, mi ciudad favorita. No es la más bonita que he visto, ni la más ordenada, ni la más espectacular, pero sí la que, en mi opinión, tiene más encanto. Pasear por sus calles sin rumbo es encontrarte maravillas a cada paso, y se nota ese cuidado y ese estilazo que tienen con todo que hace que incluso las casas en ruinas sean dignas de fotografiar.
Como uno tiene ciertas manías, soy muy de fijarme en cosas menores, como por ejemplo los suelos. Toda Roma, en su zona peatonal y donde conviven el tráfico rodado y los viandantes, está empedrado con adoquines, y en los lugares donde hay más coches hay asfalto (bueno, no soy técnico, no sé si es cemento, asfalto u hormigón, me refiero al aspecto).
La última vez que estuve, que fue hace un par de años, delante de la Fontana di Trevi había adoquines, igual que en todo el centro, y no me dirán que no es una ciudad cuidada. No les ha dado por ese rollo de nuevo rico de poner “piedra de la buena” y aunque desconozco los motivos veo probables dos principales: el coste y la durabilidad.
Pero además de esto, en Roma ves que se atiende a los detalles. Las farolas, las señales, las papeleras, las fuentes… todo está cuidado y, a pesar de ser una ciudad con un caos aparente, todo funciona. Los envidio.
En Lugo, por el contrario, es habitual que las fuentes no surtan agua (la de San Vicente y su “milagro” es la excepción) o que, si lo hacen, no paren de verterla porque los grifos o no abren o no cierran correctamente.
Un ejemplo de esta dejadez es la inconcebible situación de un contenedor de vidrio en pleno casco histórico, junto a la supuesta “piscina” romana, entre la Catedral y la Plaza de España. No había un sitio peor para ponerlo, ni más visible, ni más absurdo, ni más antiestético. Y ahí sigue.
Otro es el bolardo verde que han cascado donde estaba la ventana arqueológica de Rúanova (otro gran éxito municipal, en que se gastaron ingentes cantidades de dinero durante años hasta reconocer que no se podía mantener), un puñetazo en un ojo que, encima, no sólo no pega ni con cola, sino que han colocado sin molestarse en retirar los restos del anterior. Y todo así.
Lugo no es Roma, pero porque la segunda ciudad está gestionada con mimo y cariño a pesar de que el reto es muy superior al nuestro. La aparente dejadez de la Ciudad Eterna es más un estilo que una realidad y, por la contra, la tan vendida atención al detalle en la nuestra es una pose lejana a los hechos.
Las jardineras que han puesto en la calle Teatro son otro ejemplo de no pensar las cosas ni medio segundo. Por una parte, se ve que no tenían nada más ancho que poner ahí, con lo que han conseguido que, tras la supuesta peatonalización, haya menos espacio para pasar que antes de gastarse la millonada que se gastaron. En vez de poner unos bolardos que quitarían unos pocos centímetros, no tenían otra cosa que meter que esos mamotretos que, encima, supuran óxido y ponen el suelo que da asco verlo.
Hablando con un alto cargo municipal tratamos este asunto, y yo mismo le dije que era importante poner algo allí porque esa calle es un peligro. La plataforma única queda muy moderna y guay, pero ahí no tiene sentido por muchos motivos. Un coche que sale del aparcamiento y ve el semáforo verde va a pisarle (sí, no debería, pero ya sabemos lo que hay) y si a esa ecuación le sumamos que puede ser un coche eléctrico que un peatón puede salir de un portal o del España mirando el móvil, se masca la tragedia.
En ciertas zonas, las de mayor tráfico, echo de menos aquel invento de los romanos para separar el paso de los carros de las personas. ¿Cómo se llamaba? Ah sí… ¡aceras!