jueves, 14 de septiembre de 2017

''Yo no soy racista, pero...''


Fantástica foto del gran Óscar Cela - Foto de La Voz de Galicia
''Yo no soy racista, pero...'' es una frase muy repetida últimamente. Se ha utilizado tras los atentados de Barcelona pero también se escucha estos días en Lugo al hablar de la polémica por el reasentamiento de las familias gitanas que aún viven en el poblado de O Carqueixo y que para abandonar sus chabolas exigen que se les otorgue una vivienda de protección pública.

O Carqueixo a día de hoy.
No he conseguido ninguna foto
de cómo estaba cuando se construyó
Foto: La Voz de Galicia
No se ha hecho esperar la reacción de mucha gente que lo está pasando mal pero que aún así se levanta para ir a trabajar todos los días por una miseria y sacar adelante a sus familias sin más relación con los presupuestos públicos que el obligado pago de impuestos. Se han encabronado con cierta lógica porque no comprenden por qué unas viviendas que se entregaron hace 30 años están en ruinas y ahora hay que darles otras a los inquilinos que las destrozaron, y encima gratis, claro. Por su parte, algunas de las familias aseguran que exigen una vivienda pública porque han intentado alquilar por su cuenta y nadie quiere arrendarles un espacio donde instalarse.

El racismo es, en teoría, una cuestión de colores de piel. Como tal si les soy sincero estoy seguro de que es algo totalmente minoritario y que es poca la gente que desprecia a un negro, un chino o un moro por su pigmentación. También de que en la calle, en el mundo real, utilizar los términos “negro”, “chino” o “moro” que acabo de poner con toda la intención no es peyorativo como nos pretenden hacer creer, porque todo está en con qué intención uses las palabras, y se puede ser mucho, muchísimo más racista diciendo “gente de color” (¿de qué color?, no me fastidien) o “asiático” y apartándose por la calle cuando los ven, que hablando de negros o chinos mientras se les trata con el debido respeto, el que cualquier persona merece.

Las renuncias a las viviendas sociales
por problemas de convivencia son continuas.
Foto: El Progreso
Pero a lo que iba. El racismo que vivimos en Lugo no se debe a los colores, sino a las actitudes y costumbres. Eso de que te metan un burro en el rellano del edificio donde vives, que hagan hogueras en la casa o que no paguen la comunidad “porque no” es lo que provoca los conflictos de convivencia y no que uno sea negro, rojo o lapislázuli. Las personas que han renunciado a sus viviendas de protección oficial en el barrio de A Ponte, por ejemplo, no creo que lo hayan hecho porque les molesta un vecino gitano, sino por lo que hace ese vecino gitano. Les digo totalmente en serio que no he conocido a ningún racista “de verdad” en mi vida, porque con Neymar o con otras figuras públicas (con pasta, todo hay que decirlo) no se ponen caras de asco, solo con los pobres, con los que no son un modelo de éxito en este cochino mundo.

La integración no es fácil, porque implica un esfuerzo por parte de las personas a integrar que no parecen dispuestos a hacer, entre otras cosas porque les va muy bien así y se ahorran molestias como madrugar o trabajar. Antes de que alguien se rasgue las vestiduras y me diga que “estoy generalizando” le ruego que lea con atención: hablo de “las personas a integrar”, así que los que ya están haciendo lo que los demás no se incluyen en ese grupo, sino los otros, los que hacen lo que les da la gana ante la miranda impasible de unas autoridades que no les obligan a cumplir las mismas leyes que al resto porque eso es de fachas (fíjate, le dan la razón a los independentistas, ¡qué cosas!).

Los gitanos que trabajan no son seres mitológicos ni tan ajenos. Yo mismo les puedo hablar de un amigo que estudió conmigo en el colegio y que hoy es un profesional reconocido en su área y además un artista que hace cosas que me sorprenden siempre por su belleza y originalidad.

Los problemas que en el Carqueixo ha habido siempre no son cuestión de raza, insisto. Eso de que la policía tenga que acudir en masa porque al apagar un incendio se moja a un grupo de personas y la reacción de éstas sea atacar a los bomberos y a las patrullas no tiene nada que ver con tonos sino con formas de vivir.

¿Cuál es la solución? Supongo que ninguna cortoplacista, y yo no les diré que la tengo porque no es cierto. Pero tampoco creo que regalar pisos cada 30 años porque se destrozan los anteriores (mi edificio es de los años 60 y ahí estamos tan ricamente) sea el camino para lograr que quienes no desean cumplir obligación alguna empiece a hacerlo, y los demás vecinos del edificio no tienen por qué ir de conejillos de indias para ver si se integran o les destrozan las zonas comunes.

Decía Orozco cuando se hablaba de la reubicación de gitanos que estaría “encantado” de que en su edificio hubiese alguna familia gitana. No tengo ni idea de si el exalcalde consiguió su sueño integrador, pero mi instinto arácnido me dice que no ha tenido la enorme suerte de lograrlo. Acepto pruebas en contra.

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