¿Por qué los carteles de las obras de Orozco duran más que sus actuaciones? En el cruce de la Avenida de la Coruña con el barrio Feijoo hay un pequeño jardín que se arregló hace ocho años. El cartel de la reforma del jardín, que lleva instalado desde que se hizo la obra, en octubre de 2003, tiene un aspecto muy cuidado mientras que los bancos y algunos parterres están en un estado lamentable.
No deja de ser una anécdota, pero simbólica de la preocupación del equipo de Orozco por la publicidad de sus actuaciones, más que por el contenido de las mismas. Al Alcalde parece que le preocupa más que los carteles de las obras se mantengan vistosos que la utilidad de lo que se pueda hacer en Lugo. Es como el famoso Plan E de Zapatero, en que se obligaba a poner carteles de 4x3 metros aunque la actuación fuera rebajar tres bordillos de una calle.
También está el tema de la hierba artificial en Lugo. En una ciudad como la nuestra, donde la climatología es propicia para el mantenimiento de zonas verdes, se instalan cada vez más zonas de hierba plástica. En la plaza de Santo Domingo, por ejemplo, se ha sustituido también la hierba natural por la artificial. Todo esto mientras en el parque de Rosalía se siguen talando árboles. Con los 750.000 € que se ha gastado Orozco en la nueva cafetería del parque, un lujo que Lugo no debería sufragar en este momento de crisis, se podrían pagar muchos metros cuadrados de hierba natural. Pero lo importante no es que haya hierba, es que se vea hierba, aunque sea de mentira. Lo fundamental es que se vea.
Estas actuaciones revelan la preocupación del alcalde por la imagen y sólo por la imagen. Son los mandamientos del buen político, que eso no se lo niego a nuestro señor Orozco: es un gran político, buenísimo, pero un pésimo alcalde. La diferencia es que una cosa es ganar elecciones y otra muy diferente ejercer el cargo con competencia y responsabilidad. Por supuesto, en última instancia el responsable es el pueblo, que es quien se deja tomar el pelo por un apretón de manos o una frase amable.
Realmente es muy bueno y maravillosamente satisfactorio que un alcalde sea un tipo majo, simpático, dicharachero… pero no es lo importante del cargo. Prefiero un borde y prepotente que haga su función correctamente, aunque tampoco creo que sea cuestión de elegir una cosa o la otra. Lo malo es que lo que mola es lo primero, y pesa más el gracejo que la competencia.
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