Ayer hablábamos del racismo basado en el color de la piel o
la nacionalidad, y hoy vamos a continuar con el tema pero dándole un giro, el
del “racismo interior”, el nacional, el patrio.
Supongo que conocerán esos textos escolares de la época del
franquismo que describían a la gente de las regiones colgándoles etiquetas (a
los gallegos nos tocaba, me parece recordar, ser “trabajadores y honrados”, no
está mal) que no dejaban de ser meros lugares comunes. Curiosamente el nacionalismo coincide con
Franco en que “los de aquí somos diferentes” y esa supuesta diferencia es el
primer escalón para ser “mejores”, y de ahí saltamos al supremacismo y esas
tonterías que en lugar de corregirse con argumentos y sentido común se afrontan
con otras tonterías que ahora están tan de moda y que hacen que se pretenda
meter en un cajón nada menos que a “lo que el viento se llevó” o denostar a
Winston Churchill, quien fue la piedra angular de la derrota de Hitler. Estoy
esperando a que alguien pida tirar las pirámides de Egipto por ser un monumento
dictatorial o quemar Las Lanzas por tratarse de un ensalzamiento de la guerra.
Del maltrato animal de las pinturas rupestres de Altamira ya ni hablamos, hay
que echarles pintura por encima para que los niños no aprendan mal y el día de mañana
anden matando bisontes.
La Historia ha de ser vista en perspectiva. No se salva ni
uno de los grandes personajes porque todos tenían algo que rascar, normalmente
por la época en la que vivieron, en que se consideraban normales aberraciones
como la esclavitud, la subyugación de la mujer, el racismo o incluso el
asesinato (dependiendo de a quién matases, claro).
Todo esto viene a cuento de la “madrileñofobia” que hay hoy
día a causa del COVID-19. El hecho innegable de que Madrid sea el foco
principal de la infección en España, una cuestión de sentido común porque
estadísticamente hablando era de manual que les iba a tocar antes a ellos que a
Badajoz, no puede ser un argumento para tratar a nuestros vecinos como
apestados, principalmente porque ni es ético ni tiene sentido. Estoy seguro de
que si fuera al revés, y la pandemia se hubiera cebado con Galicia, estaríamos
reclamando “solidaridad” y pidiendo que no se nos tratase como si apestados por
razón de nuestro lugar de residencia.
¿Entonces qué hacemos? ¿Los dejamos venir a nuestras playas
y nuestras ciudades a propagar nuevamente el virus?: pues ahí está el problema,
que no son “nuestras playas y nuestras ciudades”, también son suyas, tanto como
son nuestros la Gran Vía o el Museo del Prado, el Guernica, la Plaza Mayor o el
Palacio de Oriente.
Verán, hay que buscar un equilibrio, pero no se trata de una
cuestión regional sino más individual (porque cada cual ha de ser responsable)
y, paradójicamente, más global (porque esto necesita una respuesta de la Sociedad
en su conjunto). Si una persona presenta síntomas o es sospechosa de ser
portadora da igual que sea de Madrid que de Baracaldo, la respuesta ha de ser
la misma.
El equilibro del que hablaba es el “sentidiño” de toda la vida, y ha de buscar conjugar dos cosas: la obvia precaución que haga que nos fijemos con más atención en quienes viven en zonas con mayor número de contagios para tomar ciertas medida preventivas, pero sin perder de vista que todos estamos en el mismo barco. Todos.
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