El 15 de septiembre se cumplen 70 años desde la proclamación de las Leyes de Nuremberg. Estas leyes fueron proclamadas por el estado Nazi, con el apoyo de gran parte del pueblo alemán, para privar de derechos al pueblo judío en Alemania, negándoles la nacionalidad e incluso prohibiéndoles mantener relaciones sexuales con el resto de los habitantes de ese país.
Mientras tanto, el que sería nombrado primer ministro británico, Arthur Neville Chamberlain, defendía a ultranza a “los amigos nazis” y buscaba el mantenimiento de la paz a cualquier precio, ignorando las atrocidades que el régimen de Hitler cometía contra judíos, homosexuales, discapacitados... Fue Winston Churchill quien levantó su voz anunciando lo que más tarde se convertiría en una triste y dura realidad, la expansión del imperio Nazi y la entrada de casi todo occidente en la II Guerra Mundial, que se ganó por los pelos a costa de “sangre, sudor y lágrimas”, como profetizó el político británico.
Setenta años más tarde nos encontramos con el discurso de la “alianza de civilizaciones” de Zapatero, una difusa idea cuya mejor virtud es no decir nada.
Las grandes palabras se quedan en nada si no van acompañadas de un significado real. Es muy fácil hablar de “hermanamiento”, “paz”, “comunicación entre los pueblos” e “intercambio cultural”, pero me gustaría saber en qué se concreta exactamente eso. ¿Vamos a permanecer impasibles y a conversar amablemente con pueblos que exterminan a colectivos enteros como sucedió con los Kurdos?. ¿Se puede dialogar con regímenes dictatoriales - de todos los colores - que mantienen presos a ciudadanos por el simple hecho de decir su opinión?. ¿Hemos de aceptar las ablaciones, el chador, y la amputación de la mano de los ladrones como “señas de identidad” de pueblos con culturas diferentes?.
No creo en la política de intervención, ya que opino que cada país ha de solucionar sus propios problemas internos salvo excepciones muy contadas y, por supuesto, agresiones a otros Estados, pero tampoco puedo ver con desapasionamiento que se tiendan puentes de diálogo con quienes utilizan métodos ya recogidos por los fascismos europeos hace siete décadas.
Hay muchísima diferencia entre la buena voluntad y la peligrosa ingenuidad. No creo que nadie piense que Fidel Castro o los regímenes totalitarios islámicos vayan a convertirse en demócratas por arte de magia. No es cuestión de andar invadiendo países porque no estemos de acuerdo con sus principios, pero tampoco se puede facilitar la supervivencia de sus gobiernos dictatoriales.
Si alguien hubiera frenado a Hitler, la II Guerra Mundial no tendría por qué haber ocurrido, pero Europa, y más concretamente Gran Bretaña y Francia, optaron por mirar hacia otro lado y dialogar con ese monstruo. Se dice en ocasiones que la historia es cíclica, pero no deberíamos permitir que ciertas cosas vuelvan a suceder, así que cuidado con las grandes palabras, no vayan a ser balones de oxígeno para regímenes anacrónicos.
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