Este blog se supone que es “desde Lugo”, pero hay veces que a uno se le va la cabeza a otras ciudades. El Alcalde de Vigo, el socialista Abel Caballero, ha conseguido que se hable de él. Es una victoria para él, y supongo que es lo que pretendía, pero no sé hasta qué punto aquello de estar en boca de todos “aunque sea para mal” se puede extender al campo político.
La última genialidad del señor Abel Caballero sigue en la línea de sus anteriores jugadas: el Ayuntamiento va a patrocinar al Celta de Vigo, pero en las camisetas en lugar de figurar el lema “Vigo” o “Ayuntamiento de Vigo” pondrá “Alcaldía de Vigo”. Ahí, sin cortarse.
Esto no es nuevo en la ciudad olívica. En los bancos que se llevan poniendo en los últimos tiempos figura exactamente eso: “Alcaldía”. También tuvo repercusión algún cartel que se instaló diciendo que “A Xunta de Galicia abandonou talbarrio”, y firmado por la "Alcaldía”. Todos los carteles de la ciudad se van transformando poco a poco y cambiando de Ayuntamiento de Vigo a “Alcaldía de Vigo”… Sí, repito mucho la palabra, pero más se repite en las calles de la ciudad.
Esta estrategia es la culminación del personalismo más propio de Venezuela que de una ciudad moderna como Vigo, y ahora con el Celta va a más.
¿Hasta qué punto es lícito que se intente personalizar de una manera semejante la acción de una administración pública? ¿A alguien le parece lógico que se gaste dinero público para atacar a otra administración? Por si eso fuera poco, el cartel dice que “Non é competencia do Concello de Vigo, pero o Concello de Vigo transformará estos espazos en zonas verdes e de disfrute”. Pues si no es competencia suya comete una ilegalidad manifiesta al meterse en casa ajena. Podrá reclamar a quien sea competente, pero no tomarse la justicia por su mano, ¿o es que Vigo no tiene ninguna necesidad a nivel municipal? Si les sobra dinero, a lo mejor habría que dedicar parte de los presupuestos que Xunta y Estado dedican a la ciudad a otros sitios con menos recursos.
Estamos instaurados en la payasada y la utilización descarada de las instituciones por parte de algunos políticos, que lo único que consiguen con estas medidas es devaluar el ya de por sí denostado nombre de una clase, la política, que en España es vista como un problema y no como parte de la solución. Cada vez que un político hace estas cosas no se perjudica sólo a él mismo, sino a todos.
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