lunes, 23 de abril de 2012

Ovejas, cultivos e ipads

Este fin de semana aproveché uno de esos premios que parece que nunca tocan pero que realmente sí lo hacen, al menos éste sí. Era un fin de semana en una casa de turismo rural, y nos fuimos a Outes, que está cerca de Noia pero hacia el interior. Un sitio muy bonito, rural de verdad, con unas carreteras de esas malas que hacía tiempo que no veía, mala conexión de móvil, ovejitas, vacas, cultivos… Y eso te hace pensar.

P1100801 ¿Qué futuro tiene el campo? Hay iniciativas muy bonitas, como esas de turismo rural, que te cobran por una habitación casi lo mismo que una suite en un hotel de cinco estrellas (depende mucho de a dónde vayas pero hay sitios donde esto es literal) que pueden resultar extraordinariamente beneficiosas para alguna aldea, una persona avispada, los felices propietarios de una casona de piedra preciosa que se haya restaurado (normalmente con una generosa aportación de dinero público)… pero que realmente no pueden ser la piedra angular de la vida en el mundo rural y mucho menos la base de su futuro.

Por mucho que el turismo sea nuestra mayor industria a nivel nacional, hay que ser un poco serios y no se puede pretender que vengan las libras esterlinas, el euro alemán y la pela catalana a disfrutar de nuestros paisajes como la panacea del futuro de esas enormes extensiones de pastos y campos, y bosques hoy semi-abandonados.

Cuando uno cifra el éxito en la vida en que su iphone sea el 4s y no el vulgar 3g, mal puede entender que se pueda ser feliz entre pinos y vacas. Es la esclavitud de nuestros días, pendientes de la tecnología, el avance profesional, la riqueza cifrada en euros y el “crecimiento económico y sostenible” como mantra y objetivo común de la sociedad. Si les soy sincero, yo también me resisto a entender cómo puede haber gente en el año 2012 que no tenga cuarto de baño en su casa, y eso que se ha avanzado una barbaridad en estas cosas.

Junto a casas recién restauradas y cuyo interior te imaginas amueblado en Ikea (cuyos propietarios no van a trabajar más que el jardín, lo que como sistema económico no nos vale de nada) perviven muchas aldeas con viviendas que en una ciudad declararían en ruina y desalojarían por orden judicial, o que al menos valdrían la portada de un periódico con los ocupas diciendo que “no pueden vivir como animales”. Normalmente dentro de las del campo vive gente mayor o muy mayor que, cuando desaparezca, dejará esa casa y las tierras a una generación de hijos que probablemente emigró hace muchos años a la ciudad a conseguir “una vida mejor” y cuyos nietos ven la casa de los abuelos como algo pintoresco en el mejor de los casos. Pocos serán los lucenses que estén separados del campo por más de dos o tres generaciones, pero hay un ansia de ser urbanitas que probablemente tenga mucho que ver con dos cosas: la vergüenza que a muchos les dan sus orígenes y la incomodidad de la vida en el campo. Más bien esto último.

cosehca Ni siquiera con la crisis parece que esto vaya a variar, y además de la pijería de la conexión a internet hay mucho de falta de ganas de darle al sacho. No es una acusación, a mi tampoco me hace la más mínima ilusión, la verdad. Es muy bonito lo de la escena bucólica en que te levantas con el sol y paseas por el campo, pero si saben el trabajo que da cosechar una puñetera patata no lo verán tan idílico. El campo no sabe de festivos, y las vacas hay que ordeñarlas igual, los animales tienen que comer y el campo puede obligarte a estar allí metido igual con lluvia que con sol.

Ese es el quid de la cuestión, que por malo que sea un trabajo a cubierto, si da para pagar aunque sea un alquiler cutrecillo siempre será mejor que estar a la intemperie rompiéndose la espalda. Para cubrir nuestras ansias de cosecheros ya tenemos la granja en el Facebook.

Como situación personal es comprensible, pero como sociedad es un grave problema. No sólo por la saturación que viven las ciudades y la despoblación del campo, sino por todas las “víctimas colaterales” que esto supone: desaparición del sector primario del que lleva viviendo esta provincia desde siempre, abandono de los montes (de ahí deriva gran parte del problema de los incendios), destrucción del patrimonio común…

Nos pasamos la vida aplaudiendo cuando se sacan subvenciones a punta pala para crear nuevas tecnologías y puestos de trabajo del siglo XXI como “restaurador con estrella Michelín”, olvidando que sin patatas no se pueden hacer tortillas de patata por muy cocinero de prestigio que uno sea. Tal vez sea momento de replantearnos muchas cosas, incluyendo el destino de nuestros dineros públicos hacia un futuro incierto abandonando un pasado estable.

Facilitar la vida en el campo no supone sólo poner carreteras y centros de salud, que también, sino defender a capa y espada fórmulas para que uno pueda vivir del campo, hacerlo rentable. Si la leche se paga más barata ahora al productor que cuando entró el euro (eso dice la prensa) y sin embargo en el súper no hace más que subir, es que algo falla. Y lo mismo con el resto de productos del campo. Tal vez tengamos que pagar menos por los ipads y más por las patatas para que los sufridos agricultores y ganaderos que, literalmente, se dejan la vida mimando la tierra puedan contratar más personas y llevar una vida más normal.

Nuestra tierra es inmensamente rica en cuanto a producción de agricultura, pero nos faltan ganas de trabajarla. Mientras no arreglemos eso seremos, además de unos inconscientes, unos suicidas colectivos. Otra cosa es cómo arreglarlo, que ya sé que no es fácil, porque yo escribo esto cómodamente sentado en una silla, no bajo la lluvia de un monte. Es fácil hablar (o escribir), lo sé, pero tomar conciencia de un problema es el primer paso para solucionarlo.

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