Que no es momento para invertir dinero público en hoteles creo que no es un secreto para casi nadie, aunque nuestros líderes políticos en Lugo no se hayan enterado bien. Al cabo de un par de semanas de enterarnos de que el amigo Orozco y su socio Besteiro ofrecieron el Hospital de San José para hacer un Parador de Turismo en Lugo nos cuentan que Paradores está preparando un ERE en que casi 650 empleados se irán a la calle y que cerrarán 7 establecimientos.
No estoy contra la idea del Parador en el San José, pero me sorprende que después de haber llevado este tema al Pleno del Ayuntamiento de Lugo, donde, por cierto, Orozco y Besteiro votaron en contra, ahora se plantee como la gran novedad para Lugo. ¿De aquella no procedía y ahora sí? ¿Hace cuatro años era un modelo de turismo “para ricos”, “elitista” y “clasista” ya hora es el no va más de la modernidad para Lugo?
Hoy viene en la prensa que Paradores no da para más, que el momento en que se planteó su construcción en el Hospital San José, cuando había más de 200 ciudades pidiendo a gritos un Parador y ofreciendo edificios, ha pasado de largo. A veces no hay segundas vueltas para las buenas ideas, o si las hay vendrán cuando esto se acabe, que aún hay para un ratito.
Lugo lleva muchos años perdiendo trenes, tanto literal como metafóricamente. Tenemos la ciudad plagada de edificios vacíos, muertos de risa, y meten dinero público en construir otros nuevos. Tenemos un puente romano que ahora, por fin, se está restaurando pero que previsiblemente no podrán peatonalizar porque se han gastado chorrocientos millones de euros en construir un mamotreto de hormigón que no va a servir para jubilar la milenaria estructura romana. Tenemos una ciudad con un tráfico absurdamente caótico pero se lucha contra la implantación de las bicicletas como medio de transporte alternativo. Tenemos una Muralla romana Patrimonio de la Humanidad que no tiene iluminación en el adarve, con lo que es una osadía dar un paseo por la noche. Tenemos muchos problemas, y no sólo ahora en vacas flacas, sino que ya vienen de atrás.
La política es una gran cosa, siempre lo digo y además en serio. Lo malo no es la política, es el uso que mucha gente hace de ella. El objetivo de algunos personajes que calientan importantes asientos no es luchar por su ciudad, por su región, por su país… sino mantenerse aferrados al sillón. Yo soy un firme partidario de que los cargos políticos estén bien pagados, que tengan ventajas, que cuenten con prebendas razonables, porque necesitamos personas capaces para llevar las riendas de nuestra administración. Pero el problema de este principio es que atrae a más chupópteros que personas decentes, y que por arte de magia los primeros son los que llegan antes.
Nadie me va a convencer de que es malo que un buen alcalde, concejal, diputado, ministro, conselleiro, director general o lo que sea esté bien pagado. La cuestión es que ese alcalde, concejal, diputado, ministro, conselleiro, director general o lo que sea haga bien su trabajo y esté ahí no por ese buen sueldo, sino por una vocación de servicio público, una idea, un modelo de ciudad o de país al que servir y por el que luchar.
Vemos que esto no es lo habitual, por desgracia. Si no, que alguien me explique cómo puede uno votar contra una cosa y proponerla tres años después en los mismos términos. Esa contradicción final, ese mamoneo político, es lo que hace que el ciudadano medio se indigne y se cabree y acabe por decir que “todos son iguales”, frase injusta donde las haya.
Nos hemos acostumbrado a que un político es un tío mentiroso que se dedica a vender lo que sea con tal de apoltronarse en sus ventajas, que están más allá del oscuro brazo de la crisis. No tiene por qué ser así. La política no puede ser un reducto de chorizos, una actividad socialmente mal vista, sino que es justo al revés. El político ha de ser admirado, querido, respetado e incluso aconsejado por sus votantes.
El responsable de la gestión de una ciudad no puede estar diciendo tonterías en la prensa sobre lo bien que se siente porque le imputen en una trama de corrupción, ya que así puede ir a demostrar su inocencia. Por favor, seamos un poco serios. La retórica es una cosa muy bonita, y la defiendo incluso como ejercicio dialéctico, pero eso es una cosa y otra es decir que lo blanco es negro.
El problema es que no sólo nos toman por idiotas, es que no demostramos no serlo. La reacción a este tipo de declaraciones es encogerse de hombros y decir “qué cosas tiene esta gente”, y seguir haciendo números para llegar a fin de mes.
La democracia no es esto. Si seguimos teniendo en los puestos de importancia a personas que ni siquiera tienen la decencia de hacer su trabajo, aunque no sea más que por mantenerse en el cargo, estamos perdidos. Han descubierto que para perpetuarse en el poder no tienen que hacerlo bien, sino decir cosas bonitas y argumentar cualquier chorrada con consignas fáciles de vender, y la ciudadanía, como un rebaño de lemmings, se tira por el precipicio con una sonrisa boba.
Si uno tiene una idea, estupendo. Si no la tiene pero el de enfrente la propone, no hay que decir que no y luego presentarla como propia al cabo de un tiempo. Es más digno, más coherente e incluso más rentable para la ciudad hacer las cosas a su debido tiempo. Ahora nos quedamos compuestos y sin Parador. Todo por una mala forma de entender la política.
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