miércoles, 11 de febrero de 2015

La colección de Álvaro Gil ha vuelto a donde nunca debió de salir

Las piezas que ayer volvieron, nunca debieron abandonar Lugo. Esa era la voluntad de Don Álvaro Gil, el mecenas que decidió en su momento que su colección fuera compartida con todos los ciudadanos en un local donde pudiéramos entrar libremente.

El espíritu generoso de Don Álvaro no debía venir en sus genes, porque al menos no se transmitió a las siguientes generaciones. Ayer nuestros representantes políticos de todos los partidos con presencia en el Pleno de la Diputación se deshicieron en halagos mutuos (puede que merecidos) y también hacia los funcionarios (seguro que merecidos) y los herederos de Don Álvaro Gil (probablemente poco merecidos). No les quedaba otra, en un acto protocolario y en que se cumplía una demanda cultural lucense, aunque a un precio más que alto.

Aunque se dijo que no se haría política, quieran que no algo sí se hizo. Tras la patadita de rigor a Cacharro (que ya sabemos que es Satanás aunque los juzgados lo absuelvan) y la reiterada alusión a la “nación” gallega, se alabaron los esfuerzos para recuperar la colección. Bueno, tampoco fue la cosa demasiado exagerada y hasta vamos a transigir con eso que estamos a tres meses de las municipales y por poco que sea algo hay que decir. Es una cuestión de ADN.

La vuelta a casa del Carnero Alado.
Foto de La Voz de Galicia
Pero lo que más me retorció en la silla fue el discurso del portavoz de los herederos, que se hartó de decir que la colección volvía a donde no debió de salir, que era patrimonio de todos y que era la voluntad de su abuelo. Permítanme el exabrupto… ¡Coño, macho, entonces para qué te la llevaste!

Entiendo que uno pelee por sus legítimos derechos, pero no cuando sabe perfectamente que no era la voluntad de su antepasado. Les pongo un ejemplo: mi abuelo Cándido había dicho muchas veces de palabra que quería dejarle su coche a mi primo Amando. Nunca lo dejó por escrito, ni hizo falta porque cuando murió, y aunque mi primo tenía 10 años (como yo) a nadie se le pasó por la cabeza no cumplir estrictamente la voluntad evidente, clara y sin fisuras de mi abuelo, y el coche se le entregó. Y punto.

La broma de la colección Álvaro Gil nos ha costado tres millones de euros, 500 millones de pesetas que suena a más. Nos queda el consuelo de que según nos cuentan nos hemos ahorrado cinco millones (la tasación que hacía la familia era muy superior a la del experto contratado por la Diputación, y renuncian a más pleitos futuros por daños). Pues vale, pero nos hemos gastado tres milloncejos que quieran que no, con los tiempos que corren es dinero.

Probablemente habrá mucha gente que no comprenda lo de los tres millones. En un gobierno bipartito de izquierdas (según dicen ellos) parece que no encaja muy bien gastarse esa pasta en cosas de oro, por muy históricas que sean, cuando hay tanta gente con grandes necesidades. Desde el punto de vista social es de difícil explicación la verdad, y quizás habría sido mejor decirles “oigan, muy bien, se las compramos pero ya hablaremos cuando la cosa vaya a mejor”.

Personalmente pienso que no tenían opción y que había que recuperar las piezas. Sólo ignorar la importancia histórica de esa colección justifica pasar por alto esa oportunidad y si bien no es un buen momento, quizás fuera el único posible.

Esta situación se produjo por la avaricia de unos indignos herederos de un más que digno mecenas, y la torpeza de 20 años de política equivocada con este asunto. Quizás algún día sabremos toda la verdad, porque estas cosas nunca son como nos cuentan, pero está claro que la de ayer fue una buena noticia para Lugo.

La colección ha vuelto a donde nunca debió de salir.

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